Opinión |
Girona
Albert Soler

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Periodista

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Tanta cabeza para nada

Extinguidas las vocaciones religiosas, lo que ahora se estila en las familias de bien, es que el hijo bobo, en lugar de tomar los hábitos, se dedique a la política, ahí siempre puede uno trincar algo

Lluc Salellas, un activista de la izquierda independentista que da a la CUP su primera capital

De Santa Coloma a Terrassa: ciudades con pantalla gigante para ver la final de España de la Eurocopa

Después dirán que las chicas de la CUP -en la CUP todo son chicas, según se desprende de su uso del lenguaje-, que en Girona se llaman Guanyem Més Diners (o algo así) son cobardes. Después dirán que los lacistas son miedicas incapaces de enfrentarse al pérfido Estado español, que los mantiene oprimidos con unas cuantas propiedades a su nombre, como el caso del alcalde Girona, Lluc Salellas. Pero la verdad es que, cuando hay que luchar, luchan. Hace unas semanas, Salellas requisó, ni más ni menos, que una quincena de plazas de párquing que antes pertenecían a la Guardia Civil, y salió ufano a comunicarlo, sin miedo a represalias ni a la muerte. Ahora, en una nueva muestra de desapego a la propia vida, anuncia que no instalará ninguna pantalla gigante para seguir la final de la Eurocopa, ya que la juega España. Los héroes se hacen de esta pasta, es gente que no da valor a su propia existencia -otra cosa es a su patrimonio, a eso sí- y lo arriesga todo por unos ideales. ¿Qué será lo próximo? ¿Tal vez tomarse una foto en el despacho el día 12 de octubre para simular que trabaja en día tan hispánico? ¿Una huelga de hambre a la catalana, de aquellas que consisten en no picar entre la comida y la merienda? Nada es descartable. El propio Salellas contó emocionado que un día estuvo a punto de cruzar la calle con el semáforo en rojo, pero el Vivales, a su lado, impidió lo que hubiera sido hasta el momento su máxima transgresión. Y ahora, un domingo sin pantalla gigante. Casi nada. Ni Viriato contra los romanos.

Extinguidas las vocaciones religiosas, lo que ahora se estila en las familias de bien, es que el hijo bobo, en lugar de tomar los hábitos, se dedique a la política, ahí siempre puede uno trincar algo. Lluc Salellas, salta a la vista, no podía dedicarse a otra cosa. El alcalde de Girona está formado por tres esferas grandotas: una en la cabeza, otra en el abdomen y una última en el trasero, como un muñeco de nieve andante. No es cuerpo para ganarse la vida exhibiéndolo, por ese lado pasaría hambre. La esfera superior destaca sobre las demás por su tamaño, hasta el punto que no son pocos los turistas que se detienen a tocarle la cabeza, ya que no pueden creer que sea real. Dios le concedió una cabezota de una mesura que no se había visto jamás por esos lares -salvo en desfiles de gigantes y cabezudos- y en cambio -incorregible bromista el Señor- no puso contenido alguno en su interior. Ello obliga al pobre Salellas a sustituir su falta de materia gris por arrojo, y ahí lo tenemos, no poniendo pantallas, requisando plazas de aparcamiento, intentando cruzar en rojo y, quien sabe, tal vez un día leyendo un libro. Todo puede esperarse de un hombre que no teme a nada.

En Girona estamos acostumbrados a que los alcaldes velen por nosotros. Los gerundenses son raros, necesitan que quien manda les oriente. Cuando la sentencia del 'procés', se suspendieron los fuegos artificiales de las fiestas patronales, porque nuestra obligación era estar tristes y no fuera a ser que alguien se lo pasara bien mirando un cohete, pum. En lugares menos civilizados, hubieran dejado que el que quisiera se divirtiera y el que no, se quedara en casa, llorando. No en Girona, donde tristeza y alegría se imponen por decreto. Encima, igual alguien confundía el ruido de petardos con el de un pelotón de fusilamiento, y a saber si reiría o lloraría. Con la selección, lo mismo. ¿Para qué poner pantallas y dejar que cada uno elija por sí mismo? Un alcalde está para decidir sobre el estado de ánimo de sus -jamás el posesivo ha sido tan preciso- ciudadanos, y estos no pueden, bajo ningún concepto, ver en público un partido de España. Si quieren, que lo miren en su casa. Y eso de momento, hasta que no saquemos una ordenanza prohibiéndolo. Los gerundenses necesitamos alcaldes que piensen por nosotros, aunque no tengan nada en la cabezota.

En 'Círculo cerrado', Jonathan Coe describe cómo manifestantes contra una central nuclear, tras pasarse el día gritando, corriendo y recibiendo estopa policial, llegan a casa, ponen la tele y ven, con gran sorpresa, que la central sigue funcionando. Les resulta incomprensible. A Salellas le va a suceder lo mismo cuando este domingo -si no es que se ha ido a pasar el fin de semana a la costa- vea Girona poblada de jóvenes con camisetas de la selección, gritando y animando. Jóvenes para quienes el 'procés' es una batallita de sus viejos. No entenderá cómo es posible, si un día casi se saltó un semáforo en rojo, el muy osado.

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