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Catalunya
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Termina el viaje de Puigdemont

Esquerra quiere evitar elecciones y sentenciar al líder de Junts, que ve como su viaje acaba porque ya no casaba su retórica independentista con la dura realidad autonomista

El candidato de Junts a la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont.

El candidato de Junts a la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont. / EUROPA PRESS

Hace justo un año, el juego de las elecciones al Congreso repartió las mejores cartas para Junts. A pesar de obtener solo siete diputados y ser la quinta fuerza en Catalunya, Puigdemont se convirtió en el único depositario de la llave de la investidura y Esquerra quedó relegada a un actor secundario. El líder de Junts accedió a investir a Sánchez, a pesar de toda la retórica previa de que el PSOE era "el partido del 155" y, aunque logró hitos importantes como legalizar el catalán en el Congreso, no obtuvo ninguno de los avances prometidos respecto al referéndum o la financiación. Junts vendió entonces aquel acuerdo como un paso más hacia la eterna Ítaca, pero lo cierto es que un año después sabemos que solo sirvió para escenificar la distancia insalvable que ya entonces había entre las promesas y la dura realidad.

Durante este año, el pobre rédito político obtenido por Junts de aquella investidura ha quedado disimulado por la brutal ofensiva judicial contra Puigdemont y sobre todo contra Sánchez, que ha ayudado a desviar el foco político y ponerlo en el terreno judicial. Un verano después, tras las elecciones catalanas, la situación es exactamente la inversa: Esquerra tiene hoy la única llave de la investidura y Junts ha quedado relegado a un papel de mera comparsa. Esquerra vive su peor crisis interna tras el vergonzoso caso de los carteles contra Maragall, pero es justamente esta debilidad la que, si las bases no lo evitan, la obligará a pactar con el PSC para evitar unas nuevas elecciones que podrían ser el suicidio definitivo. Esta Esquerra agonizante difícilmente renunciará a la tentación de morir matando, ya que sabe que coronar a Illa como president conlleva complejas hipotecas, pero tiene el incentivo de acabar con la carrera política de Puigdemont. Ni siquiera una vuelta a la desesperada del expresident para hacerse detener tendría ya el efecto catártico que hubiera logrado en la cima del 'procés': también aquí ha perdido el 'momentum'. Y es que ya hace mucho tiempo que la maquinaria convergente de Junts ha llegado a la conclusión de que debe volver a la senda del pactismo y del posibilismo, pero este camino es incompatible con el independentismo utópico de Puigdemont.

El que fue president aquel histórico pero estéril 1-O ha sido a pesar de todo un pegamento en el caos de su propio partido pero ha fracasado en su intento de ser una figura transversal y electoralmente ganadora de todo el independentismo. Su último intento de sobrevivir fue intentar convertir su retorno en un gran aglutinador electoral, una estrategia que colapsó en las últimas elecciones catalanas ante el auge del PSC. Su último y fatal error ha sido presentar su candidatura imposible a la investidura, sin tener ninguna opción y sin querer darse cuenta de que la aritmética, sencillamente, no daba. El particular viaje político de Puigdemont, ahora sí, llega a su fin aunque sea, paradójicamente, cuando ha decidido volver. Él mismo ha sido su peor enemigo, puesto que ha dinamitado todas las pistas de aterrizaje posibles, ha huido despavorido de cualquier gris que no fuera blanco o negro y se ha ido autoacorralando con un discurso irreal y esencialista que ya no podía llevar a la práctica. Se termina un viaje político que ya hace tiempo que no iba a ninguna parte, aunque, a cambio de apartarse de la política activa, podrá restablecer su figura histórica y simbólica. La suerte de Puigdemont es la de todos los líderes independentistas del ‘procés’. La gente dijo "foc nou" en las urnas y ahora llega el momento inaplazable de llevarlo a la práctica.

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