Opinión |
Justicia
Ana Bernal-Triviño

Ana Bernal-Triviño

Profesora de la UOC y periodista.

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¿Penas más duras evitan los crímenes machistas?

Si ya hemos comprobado que el aumento de penas no sirve, hay que poner la lupa en qué pasa antes de que ocurra el asesinato

Un hombre sujeta un cartel contra la violencia de género, en una imagen de archivo.

Un hombre sujeta un cartel contra la violencia de género, en una imagen de archivo.

El aumento de los últimos crímenes machistas ha devuelto el debate de si son necesarias penas de cárcel más duras. Si fuera la única receta infalible sería demasiado fácil. Es cierto que la intención de la pena es prevenir el delito y hay estudios que lo reconocen de forma significativa. Pero cuando ya se aprobó la prisión permanente revisable, varios juristas aportaron otros estudios que apuntaban que la función disuasoria de las penas no estaba determinada tanto por su duración. De hecho, asesinatos con este tipo de delito siguen en nuestro país, de la misma manera que la pena de muerte (donde es legal) no ha reducido a cero los crímenes en esos países. 

Si bien es cierto que hay diversidad académica respecto a la función disuasoria de mayores penas de cárcel, también es síntoma del machismo dos frentes antagónicos que se abren siempre con este tema. Una, el reclamo del antipunitivismo. Es curioso que solo con nuestros asesinatos siempre salga este debate y un cierto reclamo a un “buenismo cuidador” que se presupone innato en las mujeres, como si tuviéramos que soportar la violencia pero a la vez ser benevolentes, pacifistas 24 horas y comprensivas. Por otra parte, quienes quieren penas mayores no por prevención ni reconocimiento del machismo, sino instrumentalizar a las mujeres por beneficio partidista y traer propaganda represiva sin criterio. 

El debate va más allá porque el crimen machista tiene una motivación muy específica que no existe en otros casos. Un machista quiere control. Considera que la pareja es de su propiedad y posesión, y no habrá pena que le frene. Responder al aumento de estos crímenes machistas tiene una respuesta corta: porque no se cumple la ley. Sobre todo en la prevención, que es justo la que impide el crimen. Si ya hemos comprobado que el aumento de penas no sirve, hay que poner la lupa en qué pasa antes de que ocurra el asesinato.

De cumplirse de forma rigurosa, se habrían evitado muertes. En el último crimen de Buñol, la joven había denunciado por maltrato y amenazas sin que nadie dictara una orden de protección. El asesino dejó marcas en todo su cuerpo con frases vejatorias (por si hay dudas de la misoginia en cada crimen hacia las mujeres). Tampoco fue derivada al médico forense aunque había relatado que tenía calvas en su cabello por los tirones de pelo que su agresor le hacía. En Sabadell, los vecinos de la mujer asesinada vivían bajo amenazas de la familia del agresor si estos denunciaban los malos tratos, según la prensa local. En el último crimen en Cuenca, a ella la calificaron en riesgo bajo en el Sistema VioGén. Aunque tuviese previsto entrar en prisión, al estar mientras en libertad él siguió amenazándola hasta matarla. No son tres casos únicos. Hay más.

Ojalá todo fuese tan fácil. Poner una pena mayor y solucionado, pero el machismo no funciona así. Las matan porque a ellos les da igual una pena mayor o menor. Y las matan porque el sistema sigue teniendo errores que no se subsanan. Mientras, son ellas las que están bajo tierra. 

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