Opinión |
San Fermín
Ana Bernal-Triviño

Ana Bernal-Triviño

Profesora de la UOC y periodista.

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Llevar una pulsera para evitar que te droguen

Una sociedad más segura, cargada de alarmas, no significa que sea más avanzada

Pamplona da el Chupinazo, viva San Fermín

Pamplona da el Chupinazo, viva San Fermín / AFP_ANDER GILLENEA

Acaba San Fermín, un año más con agresiones sexuales y alguna que otra que se habrá evitado con el artilugio estrella de este año. Se trata de Centinela, una pulsera que detecta más de veinte tipos de droga en la bebida, para evitar así casos de sumisión química. Esta representa una de cada tres agresiones sexuales, según datos del Instituto Nacional de Toxicología. 

Eso, las que sabemos que se denuncian, porque la mayoría no lo hace por tener recuerdos muy difusos, por vergüenza o confusión. Se calcula que solo una de cada cinco víctimas llega a la policía para interponer esa denuncia. No quieren enfrentar preguntas donde van a titubear y donde no van a tener seguridad de lo ocurrido. La pérdida de voluntad las anula y las convierte en una muñeca que el agresor maneja a su antojo. Quienes lo confiesan reconocen luego tener que llegar a afrontar sesiones de terapia para afrontar el miedo a que se repita. Y evitar, además, un final peor.

La pulsera se ha vendido como producto estrella en San Fermín. Sobre todo en las mujeres, que son las principales víctimas de la sumisión química. Padres y madres también las han comprado para dársela a sus hijas y contribuir, en medida, a que estén más tranquilas y eliminar sospechas. Sobre todo por si al ver que se lleva esa pulsera, el agresor se lo piensa antes dos veces. Al final, de una situación de riesgo se crea una necesidad y un negocio. E insisto, esto no es culpar a quien lo compre, porque el instinto de protección y seguridad sale solo. Pero esto nos lleva a otra lectura de fondo. Una sociedad más segura, cargada de alarmas, no significa que sea más avanzada.

En los medios se ha vendido la pulsera como el éxito de estas fiestas, pero, en el fondo, es el síntoma de un fracaso. El fracaso de que la educación queda en segundo lugar para ellos, porque hay que buscar soluciones inmediatas para nosotras. El fracaso de que al final la protección depende de quien pague o no por un producto, generando mujeres más expuestas que otras. El fracaso de que al final, como quieres evitar que ese drama llegue a tu vida, compres esa pulsera antes de que te hagan sentir culpable por no prevenir lo suficiente. 

Hemos crecido toda nuestra vida con el “ten cuidado”, “protégete”, “no vuelvas tarde”, ”no te fíes” o “llama cuando llegues”. Hemos crecido escuchando cómo agresión tras agresión, medios y a veces la justicia, ha hablado de cómo iban vestidas las víctimas o qué hicieron. Y ahora ser mujer en 2024 es poner el geolocalizador para saber dónde estamos, llevar una pulsera por si nos drogan, el espray antiviolador, proponerte defensa personal… Todo esto se normaliza. A este paso, lo mismo nos recomiendan el cinturón de castidad u otra decena más de artilugios mientras se hace negocio. Porque el mensaje de prevención sigue hacia nosotras. Porque no hay una cultura que diga a los agresores “no violes”, “no drogues” y “deja a las mujeres en libertad”. Porque al final la única libertad es la de ellos, que hacen lo que quieren. Y lo hacen porque pueden.

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