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Protesta vecinal
Marçal Sintes

Marçal Sintes

Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).

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Turismo: urge rectificar

Antes, las incomodidades eran más o menos soportables. Ahora, los barceloneses y los catalanes ven amenazados, dramáticamente amenazados, sus proyectos de vida

Cadena humana de vecinos de la Barceloneta contra el turismo masivo, los pisos y el incivismo ELISENDA PONS

Cadena humana de vecinos de la Barceloneta contra el turismo masivo, los pisos y el incivismo ELISENDA PONS / ELISENDA PONS

La BBC emite las imágenes de una manifestación que transcurre por el centro de Barcelona. ‘Tourists go home!’, rezan los carteles. Algunos de los reunidos han comprado pistolas de agua y rocían con ellas a los turistas que se encuentran bebiendo y comiendo en las terrazas de la zona. Una familia con dos niños pequeños mira sin entender nada. Unos chavales se levantan apresuradamente de las sillas y se alejan. Los camareros asisten atónitos al desconcertante espectáculo. ‘¡Tourists go home!’, gritan los manifestantes, que siguen avanzando y disparando agua. Algunos otros medios británicos recogen también la noticia de la acción contra los turistas.

Unos días después, en un bar muy próximo, un grupo de chicos y chicas discuten vivamente lo sucedido. No se muestran especialmente satisfechos. Pero están de acuerdo en que el turismo ha superado todos los límites. Y que no puede seguir creciendo y creciendo sin final. Intentan racionalizar lo ocurrido. Uno de ellos señala que acciones como los ataques con agua no van a cambiar nada, ni van a solucionar el problema. Una chica con gafas que ha visto las imágenes de la BBC matiza que puede que llegue el mensaje de que en Barcelona la gente está harta, y quizás algunos turistas se lo piensen y acaben eligiendo otro destino.

No es arriesgado afirmar que el problema ha entrado en una nueva fase. Y que algo, algo serio, hay que hacer para intentar controlar y gestionar un fenómeno desbordado. Mientras el Aeropuerto de El Prat prevé un nuevo récord este verano, son muchos los que han empezado a preguntarse, alarmados, qué hacer, cómo hay que actuar. En Barcelona y también en otras ciudades donde los efectos negativos del turismo se han convertido en insoportables.

Tradicionalmente el turismo ha sido visto con simpatía. Es más, se han gastado, desde la administración y desde el sector hotelero y de la restauración, auténticas fortunas para atraer a los extranjeros. Se trataba de exprimir al máximo las óptimas condiciones que la naturaleza nos regaló, fundamentalmente el buen clima y las bonitas playas. Hoy en día siguen las campañas, y la competición feroz por ser los escogidos.

Para muchos el turismo ha sido un regalo fabuloso. Un negocio muy lucrativo y relativamente fácil. No hay más que atender a los visitantes de una forma más o menos decente, algo que, por otra parte, no siempre se consigue. El ‘leitmotiv’, la obsesión, pasa por el ‘cuantos más, mejor’. Esto es, cuantos más turistas lleguen, más dinero ingresaremos. Pronto empezó a verse que no todo eran ventajas. Porque al tiempo que unos ganaban dinero a espuertas, los demás debían aguantar las molestias. Estamos hablando de las calles atestadas, los ruidos por la noche, la suciedad, el incivismo o las gamberradas. Los propietarios de hoteles, restaurantes y comercios se llenan los bolsillos, y los vecinos aguantan estoicamente.

Hasta que el vaso se ha desbordado. Antes, las incomodidades eran más o menos soportables. Interferían enojosamente en nuestro día a día, pero, al fin y al cabo, podíamos vivir con ellas, podíamos seguir adelante sin mayores dificultades. Incluso nos acostumbramos a encogernos de hombros al observar los irreparables desmanes urbanísticos, los destrozos que se extienden ominosamente por nuestra costa. Ahora, los barceloneses y los catalanes ven amenazados, dramáticamente amenazados, sus proyectos de vida. Ya no son solo molestias. Estamos hablando de algo mucho más profundo. Personal. El turismo ha empezado a ser percibido como una grave alteración, que se interpone, que obstaculiza el futuro. No es casualidad que quienes el otro día mojaban a los turistas fueran chicos y chicas jóvenes. Muchos de ellos han constatado dolorosamente, en Barcelona y en otros lugares, que alquilar o comprar un piso es literalmente una quimera.

Dicen los representantes del sector turístico, tras alarmarse por las pistolas de agua, ser conscientes de las dimensiones del problema. Que es necesario repartir el turismo geográfica y estacionalmente, y que hay que buscar un ‘turismo de calidad’, que gaste más. Lo cierto es que es urgente frenar, es decir, hacer lo contrario de lo que hemos estado haciendo desde los sesenta. En lugar de trabajar esforzadamente para que vengan más, hacerlo para que no vengan tantos. Es tan complicado como urgente.

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