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Triunfo del fútbol y de la convivencia

En la Eurocopa, han ganado el juego y el atrevimiento de un grupo heterogéneo que es también ejemplo de integración

Los jugadores de la selección española celebran el 1-0 ante Inglaterra en la final de la Eurocopa de Alemania de 2024

Los jugadores de la selección española celebran el 1-0 ante Inglaterra en la final de la Eurocopa de Alemania de 2024 / Tom Weller/dpa

La selección española de fútbol ha conseguido lo que ninguna otra hasta el momento. Alzarse con un cuarto título europeo y ser la que más entorchados continentales ha logrado en la historia. Un hito que se ha fundamentado en el rigor y la seriedad del planteamiento del seleccionador, Luis de la Fuente, que ha sabido conformar un combinado que ha maravillado por su juego y que ha triunfado con otro récord singular: haber alzado la copa después de ganar los siete partidos que ha disputado. Cuando España consiguió su primera Copa de Europa, en 1964 (contra la Unión Soviética, en un clima de alta tensión política), se habló de la «furia española», un concepto que permaneció en el imaginario del país a lo largo de todo el siglo XX. Un fútbol basado más en la voluntad y el arrojo que en la calidad técnica y la disciplina táctica. No fue hasta los años glamurosos de Luis Aragonés y Vicente del Bosque (entre 2008 y 2012), con dos Eurocopas y un Mundial, que varió la manera de jugar y de ofrecer espectáculo, con una base sólida que vertebraba al equipo y que entonces tenía marchamo azulgrana. De los éxitos de aquella matemática del toque, la colocación y la posesión de balón, hemos pasado a un nuevo estilo, que podríamos bautizar como de geometría variable. Un conjunto, el español, que ha mostrado una amplia variedad de soluciones y unos registros atacantes de primer nivel, siempre con la pretensión de deleitar y de disfrutar jugando al fútbol. Una de las imágenes más precisas para entender el éxito de 2024 (de Berlín a Berlín) es la que ha ofrecido la revista especializada 'Panenka'. Los jugadores españoles, convertidos en una piña, se han asemejado a los niños que chutaban en la calle y que, al ser requeridos para subir a casa a cenar, preferían seguir siendo felices con la pelota en los pies hasta que anocheciera. 

Esta selección se ha basado en los combinados que también ganaron Eurocopas comandados por De la Fuente: la sub-19 y la sub-21. En esas rojitas ya estaban Dani Olmo, Fabián Ruiz, Oyarzábal, Merino y Unai Simón. A ellos se han añadido jugadores tan solventes en defensa como Le Normand y Laporte (cuestionados en su día por su procedencia francesa y su escasa españolidad); viejas glorias rejuvenecidas como Carvajal, Morata y Navas; auténticos referentes mundiales en el medio campo (como Rodri) y, por supuesto, los dos futbolistas que se han convertidos en símbolos de una España distinta, diversa y aglutinadora: Lamine Yamal y Nico Williams.  

Han triunfado el fútbol y la belleza, el atrevimiento y el deseo infantil que se aleja de las veleidades de las estrellas y se construye con el convencimiento de un grupo heterogéneo que se comporta como una familia bien avenida. 

Los hay, por supuesto, que se han subido al carro de las esencias nacionalistas y se han envuelto, como acostumbran, en la bandera de la uniformidad, pero la gran mayoría de los ciudadanos, en una época de convulsiones provocadas por el conflicto migratorio y la necesidad de dar cobijo a los más necesitados, en unos momentos de crisis políticas, se han rendido al ejemplo de la integración, la convivencia y la posibilidad manifiesta de compartir juntos un espacio sentimental, representado en las figuras de los más jóvenes, los auténticos vencedores morales –por los valores que encarnan, por su origen y su historia particular– de esta Eurocopa.