Opinión | La espiral de la libreta

Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

Alice Munro y las sombras

La premio Nobel canadiense, finísima en la disección de la naturaleza humana, no supo o no quiso detectar el abuso sexual que ocurría en su casa. Miró hacia otro lado

Una hija de Alice Munro la acusa de ignorar los abusos sexuales que perpetró su padrastro

Alice Munro: cuando un cuento vale lo que una novela

La escritora canadiense Alice Munro. 

La escritora canadiense Alice Munro.  / PETER MUHLY

El mundillo literario canadiense sigue revuelto tras la revelación de que Alice Munro, premio Nobel de Literatura en 2013, siguió conviviendo con su segundo marido, Gerald Fremlin, aun sabiendo que había abusado de la menor de sus cuatro hijas. La víctima, Andrea Robin Skinner, ha hecho público el oscuro secreto mediante un texto en primera persona publicado en el diario ‘The Toronto Star’, justo dos meses después del fallecimiento de la escritora, a los 92 años. Según el relato, los tocamientos, las insinuaciones, los comentarios obscenos y el exhibirse desnudo comenzaron cuando Andrea contaba 9 años. El abusador, que dejó de interesarse en la niña cuando esta alcanzó la adolescencia, reconoció los hechos y fue condenado a dos años de libertad condicional y a no acercarse a menor alguno sin que estuviera presente un adulto.

Munro prefirió mirar a otro lado

Cuando cumplió los 25 años, la hija abusada decidió confesárselo tras leer en una entrevista cómo la madre escritora hablaba de la estupenda relación que mantenía con su progenie. No era cierto; Andrea no pisaba su casa. Siempre según su testimonio, la autora canadiense reaccionó como si le estuviera desvelando un episodio de adulterio y no un caso de pederastia contra ella, su propia hija. Se lo había dicho "demasiado tarde", replicó Munro; amaba a su segundo esposo, y no estaba dispuesta a negar sus propias necesidades ni a sacrificarse por sus hijas ni a compensar "los fallos de los hombres".

Al contrario de lo que sucede en las novelas, la vida no suele prodigarse en resoluciones prístinas, diamantinas. Alice Munro no supo proteger a su hija, a pesar de la habilidad extraordinaria que despliega en sus relatos para rascar el barniz, para penetrar en los recovecos, para sumergirse en la parte más honda de la charca, "hasta las profundidades, donde está oscuro, donde habitan las carpas, en el cieno". Esta cita entrecomillada pertenece a un relato titulado ‘Vándalos’ que la canadiense publicó en 1993, un año después de que su hija le revelara los abusos. Un cuento sobre un pederasta, veterano de guerra, taxidermista de profesión, cuya novia también decide significativamente pasar página, permanecer en un limbo entre el perdón, el olvido y el egoísmo.

El arte no debería colocar a nadie en los altares. A Munro, la gran buceadora, le falló la autoconciencia; aun así, la seguiremos leyendo por su aguda visión de la naturaleza humana, con sus paradojas y turbiedades, como ella misma. La cancelación carece de sentido. La actitud de la escritora, ese ocultamiento de la basura bajo la alfombra, es mucho más frecuente de lo que pueda parecer. La familia, la escuela, el entorno cercano constituyen la madriguera favorita de los hurones, y en el caso que nos ocupa emerge al menos un par de interrogantes: el padre biológico supo y calló, al tiempo que la prensa canadiense no publicó una sola línea sobre el juicio contra Fremlin en 2005; nada, ni una filtración. ¿Nadie se atrevió a cargar contra la papisa de las letras? En el reparto de culpas, hay salpicaduras.  

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