Opinión |
Inmigración en el siglo XXI
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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La Malinche y los becarios

Cuando menos, rechina que el espectáculo de Nacho Cano, que se propone combatir la leyenda negra de la conquista, pague a los bailarines «becados» tarifas de derribo 

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El productor musical Nacho Cano

El productor musical Nacho Cano / Ricardo Rubio - Europa Press

Al parecer, está previsto que el musical ‘Malinche’, el que dirige el productor Nacho Cano, cruce el charco en marzo de 2025, pero no estoy muy segura de cómo será la acogida en México, donde descansan los huesos de Hernán Cortés. No goza allí de muy buena prensa el conquistador extremeño. Cuando menos, se antoja arriesgado orquestar un espectáculo con el propósito de impugnar la leyenda negra en torno a la conquista, un asunto de complejidad endiablada que tal vez convendría abordar con más humildad. El montaje reivindica también el romance entre Cortés y Malinche (mucho más que su traductora al náhuatl), pero no parece muy prudente extrapolar la idea del amor romántico al siglo XVI, sobre todo cuando la Malinche (Malintzin, doña Mariana después) fue una de las 20 esclavas entregadas como tributo a los españoles. ¿Una traidora o la madre del mestizaje? México sigue formulándose preguntas identitarias en el laberinto de su soledad. Pero tampoco hace falta ponerse estupendo: ‘Malinche’ es solo un espectáculo, un ‘show’, un divertimento. De acuerdo.

Pero hete aquí que Nacho Cano, uno de los fundadores de Mecano, mítico grupo de los 80, se trajo para el reparto a 19 jóvenes artistas mexicanos, a los que pagaba 300 euros al mes (luego les subió el caché a 500) por 10 horas diarias. Según consta en el atestado policial, los chicos dormían en un hostal del centro de Madrid, cuatro por habitación; se les entregaba un vale para un menú de 10 euros, siempre en el mismo restaurante; debían costearse de su bolsillo tanto el desayuno como la cena; y así. Aun cuando los muchachos se encontraban en situación irregular, la organización asegura que estaban «becados con un contrato de prácticas». O sea, la explotación del becario, el viejo truco del almendruco; les salía la hora trabajada/ensayada a 1,89 euros. Una tarifa chirriante, más si cabe cuando el espectáculo pretende relativizar los desmanes del sistema colonial. Tal vez es lo que toca, vete a saber, o pagarles a los chicos con espejitos. Sombra aquí y sombra allá. Nacho Cano tenía derecho a explicarse, por supuesto, pero convirtió la rueda de prensa posterior a su detención en la fiesta del trabucazo: «Si me encuentran muerto en la cuneta, ya sabéis quién ha sido».

Durante su alegato, dijo el músico que se desplazó con su equipo a México, hicieron un ‘casting’ y seleccionaron a algunos «para que tuvieran la oportunidad de triunfar». ¿Triunfar? Algo rechina en el fondo, en ese trapicheo con las delicadas ilusiones de un puñado de jóvenes. La casualidad ha querido que el ‘asunto Malinche’ haya coincidido en los titulares con el golazo de Lamine Yamal en el partido contra Francia y el reparto de los menores no acompañados que desbordan los centros de acogida en Canarias. ¿Despertarán el mismo entusiasmo Yamal y Nico Williams cuando ya no ‘triunfen’? Los inmigrantes representan uno de los desafíos más acuciantes del siglo XXI; merecen un trato justo y digno, como seres humanos, no solo cuando brillen.                  

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