Albert Soler

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Periodista

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Carné porno, o cómo tocar los huevos

Si nos prohíben, el porno porque hay quien cree que así es la realidad, deberán prohibirnos también las películas de superhéroes, no vaya a ser que alguien se lance por la ventana creyéndose Superman

Cómo conseguir las credenciales para ver porno en España

Un jove mira amb una tauleta una pàgina de pornografia. | DAVID CASTRO

Un jove mira amb una tauleta una pàgina de pornografia. | DAVID CASTRO

Uno imaginaba que lo del carné por puntos para ver pornografía serviría para no enterarse de indecencias como la amnistía a quienes se cargaron Catalunya o el perdón a quienes saquearon Andalucía con la excusa de los ERE. O para no conocer los trapicheos de la familia de Pedro Sánchez. Eso sí valdría la pena. Con no sacarse el carné, uno viviría tan feliz, ignorando las obscenidades de nuestros gobernantes, tanto de los que cometen actos impuros como de quienes se los permiten. Pues de eso nada. La pornografía auténtica, la que les acabo de contar, no habrá manera de desconocerla, lo que nos pretenden coartar mediante el carné, incluso a los adultos que peinamos canas y ya no solo en la cabeza, es el acceso al sexo visionado, el único sexo al que muchos aspiran ya. Falta saber si, igual que para sacarse el carné de conducir, deberemos hacer prácticas con un instructor al lado, instructora quien lo prefiera, que nos vaya orientando e incluso ayudando durante las primeras horas de circulación pornográfica.

-Así no, vaya usted más despacio, inténtelo ahora con una sola mano para que la otra le quede libre, tenga a mano un paquete de kleenex, etc.

Una vez superado el examen, ya podrá uno acceder solo a porno online, llevando bien visible en la espalda una P, a saber si de prácticas o de pajas.

O eso, o habrá que ir a Perpiñán, como en los tiempos del franquismo, cada vez más parecidos a los actuales, hasta las feministas parecen hoy señoras de la Sección Femenina, eso no se dice, eso no se hace, así no se viste una, cuidado con los hombres. Ahora el viaje será para conectarse en un cibercafé de la villa francesa, en lugar de ir al cine a ver 'El último tango' e intentar, a la vuelta, convencer a la señora de que la mantequilla se puede colocar en otros lugares además de en el bocadillo. Vano intento, sobra decir.

Las películas pornográficas son una ilusión, lo único que enseña el fontanero cuando viene a casa es la “hucha”, cuando se agacha para reparar la cañería. Ni siquiera pasa ya el butanero, diciéndole a la dueña de la casa aquello de “señora: ¿se la meto dentro?”. Si nos prohíben -lo del carné es un intento de prohibición- el porno porque hay quien cree que así es la realidad, deberán prohibirnos también las películas de superhéroes, no vaya a ser que alguien se lance por la ventana creyéndose Superman. Y también las de políticos honrados que procuran por el bien general, no sea que algún iluso crea que existen y se le ocurra ir a votar. Yo me percaté de la diferencia entre porno y realidad cuando, ingresado en el hospital, entraron dos enfermeras a lavarme, puesto que no podía incorporarme y llevaba dos días postrado en cama. Sospeché que el cine es mentira cuando vi que ni iban en minifalda ni lucían un escote de los que amenazan con explotar, como había visto en las películas. Ni siquiera llevaban los labios color carmín ni se contoneaban sinuosas. Se limitaron a sacar una esponja y un balde con agua y jabón, me desnudaron y empezaron a frotarme con una profesionalidad, para mi desilusión, nada pornográfica. “Ya llegarán ahí, ya”, pensaba yo mientras lavaban pecho y abdomen.

- ¿Abajo se lava usted mismo? - me soltó la que parecía ser la jefa.

¿Abajo? Debe referirse a los pies, pensé en una postrera brizna de esperanza, querrá comprobar si, pese a mi operación, me llego a los pinreles. O quizás le dan asco, algún hongo debo de tener por ahí.

Resultó que no. Que con “abajo” se refería a mis partes pudendas, las mismas que desde hacía minutos estaban esperando ser refregadas delicadamente por las manos, no de una, sino de dos enfermeras.

-Sí, no se preocupen- aduje. No iba a responder la verdad, que las quería ver masajeándome huevos y nabo hasta decir basta, como en las películas. Me lavé los huevos yo mismo. No era la primera vez en mi vida, aunque si la primera ante la mirada de dos señoritas, por más que fueran enfermeras

Imagino que al ministro Escrivá y a Pedro Sánchez les ocurrió lo mismo, pero a ellos les costó más que a mi discernir realidad de ficción. En tesitura similar a la mía, insistieron que querían ser manoseados por las profesionales, que usted no sabe quien soy yo y además pago mis impuestos para que me toquen los huevos cuando es necesario, literalmente nada más, eso sí, que metafóricamente no lo soporto y eso soy yo quien lo hace.

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