Décima avenida
Joan Cañete Bayle
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Biden, a sus ochenta y demasiados

Los demócratas entran en pánico después de ser incapaces de construir una alternativa a Trump en cuatro años

Biden se aferra a su candidatura pese al agravamiento de la crisis por su estado

Biden se enroca y desoye las llamadas a retirarse apoyado por su familia

Biden, durant l’últim debat. |  WILL LANZONI / CNN

Biden, durant l’últim debat. | WILL LANZONI / CNN

En 1999, a mis veintiséis, Joaquín Sabina editó la canción en la que cantaba eso de “a mis cuarenta y diez, cuarenta y nueve dicen que aparento”. Ahora, a mis cuarenta y diez (cuarenta y once, alguna mala lengua dice que aparento), la letra me da más que pensar que entonces: “Más antes que después / he de enfrentarme al delicado momento / de empezar a pensar / en recogerme, de sentar la cabeza / de resignarme a dictar testamento / perdón por la tristeza”. Más antes que después, por mucho que digan que los cincuenta son los nuevos cuarenta.

A sus ochenta y uno (ochenta y demasiados, dicen que aparenta), a Joe Biden le cantan a coro colegas del partido Demócrata, donantes, ‘pundits’, algún congresista y muchos votantes que es hora de que empiece a pensar en recogerse. Y el presidente, que ha confesado en alguna ocasión que adora el ‘My way’ de Sinatra (quién no), les podría responder a lo Sabina: “Pero sin prisas, que a las misas de réquiem nunca fui aficionado”. El problema, para Biden, el partido Demócrata, los ‘pundits’, los donantes, la democracia estadounidense y la gobernanza mundial, es que sí hay prisa: el reloj del desastre trumpiano se ha acelerado.

A sus sesenta y cuatro años, tuve la oportunidad de conocer en persona a Biden en New Hampshire, durante un debate de las primarias demócratas de 2008. Era un hombre vitalista, simpático, político de carrera de Washington, accesible a prensa y votantes, que electoralmente era un caballo lento ante el empuje de Barack Obama y el ciclón Hillary Clinton. No levantaba pasiones entre los votantes: se retiró de la carrera después de quedar quinto en los caucus de Iowa con solo un 1% de los votos. A sus sesenta y cuatro años, la oferta de ser el vicepresidente de Obama dio un inesperado impulso a su carrera. En el 2016, a sus setenta y tres, y a pesar de ser el VP de Obama, perdió las llamadas “primarias invisibles” con Hillary Clinton, candidata indiscutible. No fue hasta el 2020 cuando su partido, copado por candidatos demasiado izquierdistas, lo vio como la única opción para derrotar a Donald Trump. A sus setenta y siete.

Biden fue el mal menor hace cuatro años, el tipo que ganó las elecciones porque no era Trump. Ni en 2016 ni en 2020 el magnate era el favorito para ganar. Hoy, sin embargo, después de cuatro años de administración Biden, el republicano parece imbatible, un ganador inevitable. Han sido cuatro años en los que los demócratas no han construido candidatos creíbles (¿dónde ha estado Kamala Harris?) ni más estrategia que la del pastor y el lobo: ojo, que viene Trump. Cuatro años desperdiciados para la democracia estadounidense. Y ahí está Biden, a sus ochenta y uno, con sus capacidades claramente disminuidas, objeto de caza mayor política porque, al parecer, si al electorado le dan a elegir entre un candidato con problemas típicos por la edad y otro que incitó un golpe de Estado con cuentas pendientes con la ley, los votantes le darán la espalda al de ochenta y demasiados, faltaría más.

Biden no engaña, aparenta ser a sus ochenta y demasiados lo mismo que a sus setenta y siete, a sus setenta y tres o a sus sesenta y cuatro: un candidato con el que no se puede ir muy lejos. Su principal baza en 2020, que no era Trump, ya no le sirve en 2024. La humillación edadista a la que se le está sometiendo desde el debate obedece no a que de repente se haya mostrado como un anciano errático, sino a que suficientes donantes y ‘brokers’ demócratas han entendido al fin que sus posibilidades de victoria son muy escasas. Y después de desperdiciar cuatro años, parece que a algún ‘spin doctor’ se le ha ocurrido una idea.

En política tradicional, un candidato desconocido, ungido en una convención en agosto, en contra de las bases, sin tiempo para darse a conocer, sería un suicidio. Pero estos no son tiempos tradicionales, sino de clips instantáneos, información encapsulada, series con ‘cliffhanger’ y burbujas informativas. Un candidato exprés, aupado en tres temporadas seriéfilas (auge y coronación en agosto, campaña electoral de septiembre a octubre y elecciones en noviembre) podría llegar a la jornada electoral encima de una ola de excitación y novedad, un ‘mashup’ de ‘Juego de Tronos’, ‘Succession’ y ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. ¿Arriesgado? Sin duda. Pero, ¿lo sería más que Biden? Para ello solo es necesario organizar su réquiem (político), perdón por la tristeza.

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