Escritor y periodista.
Valentí Puig
Escritor y periodista.
No hubo moderados en el 'procés'
El independentismo, empeñado en el maximalismo de una república catalana fuera de España y de la Unión Europea, impidió el ciclo catalanista de innovación, si eso era factible
En las sobremesas del sábado noche a veces aparece la nostalgia del pujolismo. Puesto que el 'procés' ha sido catastrófico, esa nostalgia es irrealista: el pujolismo acabó mal. El catalanismo fue una posibilidad hispánica que el secesionismo ha truncado, del mismo modo que la inmersión lingüística ha sido una grave desproporción. A la hora del café dicen lo contrario los que se resitúan ahora como moderados de Junts, otra entelequia.
Queda muy lejos el catalanismo integrador que, en sus momentos, tuvo la iniciativa política y una cierta centralidad, con altibajos. Después, el independentismo, empeñado en el maximalismo de una república catalana fuera de España y de la Unión Europea, impidió el ciclo catalanista de innovación, si eso era factible. Gaziel se preguntaba: “¿Por qué será que Catalunya ha perdido siempre sus pleitos?”. No siempre. También es postulable que salió ganando en la batalla arancelaria, la constitución de la Mancomunitat, el retorno de Tarradellas o la Constitución de 1978. Pero en la segunda década del nuevo siglo, el catalanismo clásico concluye.
Desde la 'Renaixença' se dio la recuperación del uso literario de la lengua catalana, con un componente de épica y a la vez de agravio. Y el uso del castellano siguió vigente, como demuestra el gran ilustrado Capmany. Aquella experiencia histórica no es un molde útil para el siglo XXI, porque el secesionismo ha dividido a la ciudadanía catalana. Se dice que el castellano tiene que quedar al margen, y se dice eso en una sociedad que es bilingüe, siendo nuclear que el cambio de registro lingüístico se haga día a día y casa por casa. El bilingüismo es una vitalidad; el monolingüismo es una prótesis. Mientras la sociedad catalana evoluciona, el nacionalismo sigue con el mismo lenguaje excluyente. La brecha entre la cultura real y la cultura institucional se extrema.
Si durante décadas el catalanismo pudo considerar que su problema era la naturaleza de Castilla, la sociedad española ha cambiado hasta tal extremo –entre otras cosas, de rural a urbana- que los obstáculos para el entendimiento ya no son los mismos. Poco tienen que ver con una sociedad interconectada por el AVE, la globalización, la inteligencia artificial o el chip y pendiente de las vicisitudes compartidas en la Unión Europea.
Hay por ahí cientos de miles de votos en busca de un autor. Centrismo, catalanismo, contribución a la gobernabilidad de España fueron constantes constructivas, con todas las fricciones que se quieran. La crisis de las clases medias ha sido determinante. Ahora quizás solo valga la respiración asistida. Por ahí traman algo los moderados de Junts, “in extremis”.
En la 'L’ Atlàntida' de Verdaguer el protagonista era España. Esa idea de fusión hispánica ha sido criticada por el nacionalismo catalán. ¿Por qué causas, cuando en virtud de la Constitución Catalunya tiene amplias competencias de gobierno, predomina –al menos en apariencia- el victimismo y queda relegada la idea de la Catalunya hispánica según Verdaguer? Habrá que preguntárselo a los moderados de Junts.
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