Opinión | La espiral de la libreta
Periodista y escritora
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Hogueras en el laberinto catalán
En la noche de Sant Joan se queman muebles y trastos viejos. Ojalá ardiera la política frívola. ¿De verdad nos encaminamos a la repetición electoral?
Hace décadas, muchas, en el Sant Joan de la infancia, los niños recogían muebles y trastos viejos de los vecinos, piso por piso, los guardaban a buen recaudo en algún escondite del barrio y los apilaban después para el encendido de las hogueras en cuanto caía la noche. La memoria agiganta la reverberación de la alegría, los petardos y los mixtos Garibaldi, la verticalidad de las llamas. Algunos chicos mayores arrojaban a la fogata los apuntes del curso. Lo mejor de la verbena consistía en la pura expectativa, en la certeza de que clases habían terminado y se inauguraba un verano larguísimo e intacto. El tiempo de las cerezas alcanzaba el culmen. La simbología llegó luego, en la vida adulta. El ciclo de las estaciones, la cosecha, el reinicio, las nuevas oportunidades, el poder purificador del fuego y tal. En la noche más corta del año siempre se encuentran, en los desvanes y trasteros mentales, cachivaches viejos para la quema; trastos metafóricos, se entiende. ¿Qué arderá, pues, en las hogueras catalanas durante la noche mágica? Una, en su ingenuidad inmarcesible, habría deseado la combustión de la política frívola en el viejo oasis, pero parece ser que tampoco ha llegado el momento. ¿Será posible una repetición electoral? Si el presidente del Parlament, Josep Rull, activa el cronómetro tras el pleno del próximo 26 de junio, de no consumarse una investidura estaremos concurriendo de nuevo a las urnas en octubre. El acabose. La cuestión es demasiado grave como para organizar una porra al respecto.
A menudo, en medio de la desorientación, el laberinto lo fabricamos nosotros mismos al intentar encontrar una salida, y nos quedamos atrapados, dando cabezazos entre pasillos que se entrecruzan en distintas direcciones, como el Minotauro de Creta, tan solitaria criatura, cuerpo de hombre, cabeza de toro. A ver si me explico. Los catalanes ya votamos el 12 de mayo, y salió lo que salió. Guste más o guste menos, Salvador Illa (PSC) ganó las elecciones frente al independentismo y es la única alternativa viable. ¿Alguien imagina seriamente la investidura de Carles Puigdemont (Junts)?
Pero en el intrincado laberinto catalán, ERC, que tiene la herramienta para desbloquear la situación, pide ahora pasta. La llave y el duro. O sea, volvemos a la casilla de salida, el dinero, el punto de ignición del procés. No sabemos a ciencia cierta qué significa una financiación «singular» ni su alcance, y aunque nadie duda a estas alturas de que Catalunya necesita una mejora fiscal (aporta más a las arcas de lo que recibe), parece lógico que una comunidad que genera riqueza contribuya a la solidaridad estatal. Si la vaca no da para el cupo vasco, negocien de una vez lo que sea menester, pero no conviertan cada elección en un mercadeo fenicio.
Estas dilaciones, estos juegos de manos, alimentan la desafección y la antipolítica. Generan un agotamiento hondo. A mí, por lo menos, me lo causan. Un cansancio —y eso es lo malo— que no alcanza su estadio más elevado y elegante: la indiferencia.
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