Opinión |
Urbanismo
Albert Soler

Albert Soler

Periodista

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No me traigan el campo a la ciudad

Si quiero que me despierte el canto de un gallo, programaré el despertador con su quiquiriquí, y si quiero ver maleza, la buscaré en internet

La supermanzana de Sant Antoni en la calle del Comte Borell.

La supermanzana de Sant Antoni en la calle del Comte Borell. / JOAN CORTADELLAS

Se ha puesto de moda de dejar que las ciudades se parezcan al campo, aunque me temo que es una manera disimulada con la que los ayuntamientos dejan de prestar servicios a los ciudadanos. Se dejan crecer los hierbajos en parques y alrededor de los árboles, y lo llaman renaturalización urbana, porque llamarlo desidia queda feo. Estamos a pocos días de que los ayuntamientos permitan a los cacos campar libremente -más libremente todavía, quiero decir- y van a llamar redistribución de la riqueza a los robos de toda la vida. El propio presidente del gobierno no miente jamás, solo cambia de opinión. Nada como la semántica para ocultar la incompetencia de los gobernantes.

Si me gustara el campo, viviría en el campo. Si he elegido vivir en la ciudad es precisamente porque no se parece al campo. No creo que sea muy difícil de entender. En el campo los pollos tienen plumas y corretean por ahí, y los chuletones están pegados al resto de la vaca, la cual suele estar pastando. Así de raro es el campo, y por si fuera poco, hay maleza y bichos por todas partes. Dicen los entendidos que, cuando llueve, se pueden ver setas y hasta algún caracol, aquellas pegadas al suelo y estos sin salsa ni nada. Allí, la gente lleva boina, va en tractor y vive en casas de planta baja porque no existen los ascensores. Mucho aire puro, sí, pero ya me contarán de qué sirve tanto aire puro si a lo que aspira uno es a pasar las tardes en un bar con el aire viciado. Una vez me llevaron a una casa de turismo rural y me mandaron mirar por la ventana para que me quedara extasiado con el paisaje. No diré que no fuera bonito, pero al cabo de tres horas y media junto a la ventana, ya lo tenía muy visto, y ni siquiera había posibilidad de cambiar de canal, ni cosa tan simple tienen los paisajes. Repetí la operación cada día -no es que hubiera allí muchas otras cosas que hacer- hasta que al cuarto regresé hastiado a la ciudad, sin que el paisaje hubiera cambiado lo más mínimo. En la ciudad, salgo al balcón y es cada día una fiesta distinta.

En la ciudad tenemos mucho asfalto, como está mandado, y unos pocos sitios con hierba, pero bien cuidada, precisamente para diferenciarla de la del campo, así nadie se confunde. Por lo menos era así hasta ahora, cuando los ayuntamientos se empeñan en convertirnos a la fuerza en habitantes del campo, dejando la naturaleza a su aire. Cualquier día alguien con urgencia sobrevenida va a ir de cuerpo junto a un árbol, en cuclillas en plena calle.

- ¿Se puede saber qué hace usted? ¿No ve que aquí enfrente está la salida de un colegio?

- Perdone agente, es que con las hierbas tan altas he creído que estaba en el monte.

Una vez hayan conseguido que en los parques urbanos se pierdan niños entre la maleza, como en la montaña, será el momento de repoblarlos con fauna salvaje, empezando por la autóctona (ciervos, osos…) y terminando con la internacional (elefantes, jirafas…). Los jabalís se han adelantado unos años y campan ya libremente por las ciudades, porque son animales muy listos y percibieron enseguida que las estamos preparando para ellos. Antes, las ciudades eran ciudades y el campo era campo, ahora, con hierbajos en las calles y con internet y wifi en el pueblo, uno no sabe nunca donde está, esa ansiedad no puede ser buena ni para pueblerinos ni para urbanitas.

Lo fácil sería que quien quiera tranquilidad, aire puro y naturaleza se fuera a vivir al campo, así la ciudad quedaría para quienes sabemos apreciar, e incluso saborear, el asfalto, el ruido, la contaminación, las prisas, los animales bien atados a su correa o encerrados en su jaula y, sobre todo, la hierba recortada con mimo. Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar. Si quiero que me despierte el canto de un gallo, programaré el despertador con su quiquiriquí, y si quiero ver maleza, la buscaré en internet, pero dejen las ciudades como ciudades.

Suscríbete para seguir leyendo