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Independentismo
Albert Soler

Albert Soler

Periodista

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El evangelio lacista según Lucas

La conclusión es clara. Uno puede infringir el código penal, e incluso la Constitución y el Estatut, pero jamás una norma de urbanidad

Lluc Salellas (Guanyem), nuevo alcalde de Girona de la mano de Junts y ERC

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Lluc Salellas, nuevo alcalde de Girona

Lluc Salellas, nuevo alcalde de Girona / Glòria Sánchez/iconna

Intento evitar todos los actos donde va a hablar algún político, aunque no siempre lo consigo. Hace unos días, en un emotivo homenaje póstumo, se me apareció de sopetón Lluc Salellas ante el micro, y eso que no conocía de nada a la persona difunta. Lluc Salellas es alcalde de Girona por la CUP, y cómo según los estatutos del propio partido no podía repetir candidatura, se inventó una nueva marca, Guanyem, que los gerundenses tardamos poco en comprobar que significaba Guanyem Més Diners, solo el tiempo necesario para ver cómo crecían los sueldos y el número de asesores.

Tras hablar mucho únicamente para reconocer que no conocía de nada a la persona homenajeada, nos miró y afirmó que terminaría recordando una anécdota protagonizada por “alguien que todos quisiéramos que estuviera hoy aquí”. Expectación entre la concurrencia. Respiraciones agitadas. Nervios. ¿Se referirá a mi difunta y querida amiga? ¿Al padre del propio alcalde? ¿A una novia que lo dejó plantado? ¿A Messi, que jamás tuvo que dejar el Barça?

-Me refiero al muy honorable Carles Puigdemont (aplausos contenidos de parte de los asistentes).

Por culpa del sol inclemente, del aspecto sacerdotal de Salellas, de su nombre de evangelista y del tono religioso con que el lacismo habla de sus ídolos, me pareció estar escuchando un sermón. Así lo recuerdo por lo menos:

“En aquel tiempo era el Maestro alcalde de Girona, y sucedió que lo encontré por la calle. No llevaba discípulos a su alrededor. Preguntándole a donde se dirigía, respondió que a ver a una amiga enferma. Le acompañé en su caminar, hasta que nos detuvimos ante un semáforo de peatones en rojo. No viniendo coche alguno, y siendo así que Dios nos otorgó libre albedrío, hice ademán de cruzar la calzada. Carles posó su mano en mi brazo y dijo así:

-Lluc: ¿a dónde vas?- todavía resuenan en mi cabeza esas palabras.

-A cruzar la calle, Maestro, pues no hay peligro a la vista.

-Has de saber que un hombre debe respetar siempre las normas, pues estas han sido dictadas por algún motivo- me reconvino, mirándome a los ojos. Y me detuve. Y se detuvo él. Y los dos esperamos a que el semáforo se pusiera en verde.

Y en verdad os digo que jamás olvidaré estas palabras del maestro Carles. Aquel día me enseñó que las normas están para ser acatades y que los ciudadanos nos debemos a ellas.

Palabra de Dios”

Te alabamos, Señor, se me escapó, afortunadamente bajito. Eché en falta que, cuando maestro y discípulo se detuvieron a esperar la señal para cruzar (nótese la nada casual similitud con la expresión “señal de la cruz”), a falta de zarzas, ardiera un contenedor, eso en Girona suele ocurrir. O que las nubes se abrieran y un rayo de sol los iluminara a ambos. Si así sucedió, el evangelista Lucas, o sea Lluc, obvió esa parte más meteorológica de la parábola. No me fijé si tras la lectura de ese pasaje del evangelio lacista, los fieles cayeron de rodillas, yo estaba en primera fila y me dio apuro darme la vuelta para comprobarlo. Lluc el evangelista sonrió, quedó unos segundos en silencio, y abandono el púlpito, dejándonos meditar.

La conclusión es clara. Uno puede infringir el código penal, e incluso la Constitución y el Estatut, pero jamás una norma de urbanidad. Una cosa es cargarse la convivencia en Catalunya, inventarse mandatos populares, engañar a los ciudadanos y mandar a sus pobres amigos al despacho mientras uno huye de noche, pero jamás comer con las manos aunque esté solo en casa, ni cruzar en rojo un semáforo de peatones, aunque sean las dos de la madrugada en una ciudad desierta. Uno puede ignorar los requerimientos del Tribunal Constitucional, pero no a un monigote de color rojo. Amén.

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