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Oriente Próximo
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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España reconoce a Palestina como Estado, ¿y?

A estas alturas, la idea de los dos estados, coexistiendo pacíficamente con fronteras mutuamente reconocidas, ha quedado vacía de contenido como resultado de la estrategia de hechos consumados practicada por los sucesivos gobiernos israelíes

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“No es el momento oportuno”, dicen unos (¿cuándo lo será?); “es un premio a Hamás”, sostienen los que, alineándose con el Gobierno israelí, conscientemente confunden a los millones de palestinos que malviven en la región y a la Autoridad Palestina con ese grupo yihadista; “no sirve para terminar la guerra”, rematan los que ya han abandonado toda esperanza de hacer entrar en razón a Netanyahu y sus iluminados seguidores. Por supuesto, el reconocimiento que hoy España oficializa, junto con Irlanda y Noruega, no cambia nada sustancial sobre el terreno a corto plazo. Pero eso no lo convierte en un gesto baladí.

Si así lo fuera, el Gobierno israelí no habría reaccionado como lo está haciendo, con una mezcla de matonismo ridículo propio de quien ya ha perdido el sentido de la realidad y de los límites que marca la ley internacional. Al calificar a España de antisemita parece olvidar que ya hay unos 120 países, con los que mantiene plenas relaciones, que también reconocen a Palestina como Estado y, por simple coherencia, así debería considerarlos a todos, castigándolos igualmente. Al sobreactuar ahora de este modo lo que busca, además de castigar a los palestinos a los que impedirá el acceso al consulado ubicado en Jerusalén Este, es amedrentar a cualquier otro país que pretenda seguir la senda que ahora han reactivado los tres citados. Y acostumbrado a callar bocas con los tan clásicos como artificiosos argumentos de antijudaísmo y apoyo al terrorismo ante cualquier crítica a sus decisiones políticas, sigue creyendo que puede lograrlo una vez más, a pesar de las barbaridades que está cometiendo a diario en Gaza.

Para los palestinos, que siguen alimentando asombrosamente su sueño político a pesar del generalizado abandono de quienes hipócritamente dicen defender su causa, el reconocimiento sabe, inevitablemente, a poco. A estas alturas, la idea de los dos estados, coexistiendo pacíficamente con fronteras mutuamente reconocidas, ha quedado vacía de contenido como resultado de la estrategia de hechos consumados practicada por los sucesivos gobiernos israelíes, con el consentimiento y el silencio cómplice de tantos gobiernos, empezando por el estadounidense. Son sobradamente conscientes de que el hecho de que haya más de 140 países que ya reconocen su estatalidad no les ha servido ni para convertirse en miembros de pleno derecho de la ONU (solo son Estado observador) ni, menos aún, para sacarse de encima la ocupación israelí o para librarse de la masacre que actualmente está desarrollando Tel Aviv en Gaza.

Para España, por último, significa colocarse por fin en el lado correcto de la historia, con un gesto que llega diez años después de que, por unanimidad, el parlamento instara al Gobierno (de Rajoy) a dar el paso. Ni solo ni acompañado por Dublín y Oslo tiene el Gobierno español peso suficiente para modificar las oscuras tendencias actuales en Palestina; por lo que su loable decisión solo puede servir, en todo caso, para reforzar su perfil internacional y para animar a otros a tomar partido. Pretender ir más allá es, sencilla y desgraciadamente, soñar despierto.

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