Elecciones en EEUU
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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El suicidio político de Biden

Si los demócratas no habían cambiado al presidente hasta ahora será porque han visto (con encuestas y estudios prospectivos) que ningún otro miembro del partido tenía la más mínima posibilidad de derrotar a Trump

Pánico en el Partido Demócrata ante la debacle de Biden en su debate con Trump

Primer cara a cara entre Trump y Biden

Video: Agencia Atlas / Foto: EFE

Lo realmente preocupante no es lo que acaba de ocurrir -el desastroso desempeño de Joe Biden en el primer debate televisivo con Donald Trump-, sino lo que va a suceder cuando el segundo vuelva a la Casa Blanca en enero. Si eso se produce, los primeros perdedores serán los estadounidenses, que quedarán en manos de un convicto que miente descaradamente por sistema, que ya ha advertido que la democracia únicamente es válida si confirma su victoria y que, después de vengarse de quienes le obligaron a abandonar esa mansión hace cuatro años, se dedicará con ahínco a polarizar aún más a sus conciudadanos en una deriva antidemocrática que solo augura muy malos tiempos.

Pero el impacto de su cada vez más probable victoria electoral va mucho más allá, para desgracia no solamente de los palestinos y los ucranianos, sino también de la propia Unión Europea y, en general, del derecho internacional (sin que pueda decirse que Biden se haya distinguido precisamente por su defensa). Ya desde los controvertidos Acuerdos de Abraham, Trump ha dejado claro su alineamiento con Netanyahu, sea cual sea su nivel de violación del derecho internacional, y con Putin, insistiendo en que cortará la ayuda a Kiev en cuanto tome posesión. Igualmente ha demostrado su nulo interés en reforzar el vínculo trasatlántico, lo que coloca a los Veintisiete en una delicada posición, crecientemente angustiados por su falta de autonomía estratégica ante una Rusia cada más agresiva.

A la espera de que todavía pueda producirse un seísmo interno en el partido demócrata, sacando a Biden de la carrera para intentar salvar los muebles con una nueva cara para el próximo 5 de noviembre, su actuación hasta aquí resulta muy decepcionante. Cabe imaginar que antes de confirmar a un cada vez más incapaz Biden como candidato han valorado la posibilidad de colocar en su lugar a Kamala Harris o a alguna otra persona. Y si no lo han hecho, más allá del deseo del propio Biden de llevarle la contraria a quienes lo consideran derrotado de antemano, será porque han visto (con encuestas y estudios prospectivos) que ningún otro miembro del partido tenía la más mínima posibilidad de derrotar a Trump. Por eso ahora, cuando ha cundido el pánico en su seno tras lo visto en CNN, resulta muy aventurado suponer que alguien de sus filas puede tener alguna opción.

Nadie mejor que ellos conocen las limitaciones físicas y mentales de Biden; por lo tanto, si lo han dejado llegar hasta aquí es porque no tenían plan B. Sorprende (o no tanto) que los demócratas no tengan en su banquillo candidatos más atractivos y capaces (por mucho que quepa decir lo mismo de los republicanos). Pero metidos ya en el frenesí que implica la campaña electoral no parece que sus trucos de última hora -como adelantar la fecha del debate incluso antes de que los candidatos hayan sido nominados formalmente, para tratar de amortiguar los efectos de una mala actuación televisiva entre los potenciales votantes- les hayan servido de mucho. Biden ha quedado tan tocado que resulta irreal suponer que el segundo debate va a deparar un resultado distinto.

A Trump le ha bastado con dejar que Biden, por sus propias deficiencias, se haya suicidado políticamente ante las cámaras y hasta se ha permitido el lujo de ser menos insultante que su contrincante. Ahora, cuando ya ha demostrado sobradamente su habilidad para sacar partido hasta de sus problemas con la justicia, solo le queda esperar que Biden renuncie o que se inmole por segunda vez el 10 de septiembre.

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