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Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
El Reino Unido cambia de cara
Más que un giro ideológico, es inmediato concluir que la apuesta por Keir Starmer y los suyos tiene mucho más que ver con el hartazgo ciudadano con unos gobernantes que llevan demasiado tiempo “sin dar pie con bola”
Starmer gana con mayoría absoluta elecciones del Reino Unido: Los laboristas vuelven tras 14 años
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Keir Starmer / Suzanne Plunkett / REUTERS
Mientras buena parte de Europa gira hacia la derecha y más allá, los británicos han decidido entregar el poder a los laboristas, poniendo fin a 14 años de gobiernos conservadores. En todo caso, más que un giro ideológico, es inmediato concluir que la apuesta por Keir Starmer y los suyos tiene mucho más que ver con el hartazgo ciudadano con unos gobernantes que llevan demasiado tiempo “sin dar pie con bola”.
Por supuesto, el desbarajuste propiciado por un Brexit suicida es uno de los factores principales, pero no explica la totalidad del descalabro sufrido por los 'tories' (es su mayor derrota desde 1832). Más allá del histórico error de David Cameron, al colocar la relación de Londres con Bruselas como prioridad nacional, cuando la ciudadanía estaba centrada en otros asuntos, la realidad británica ya hacia aguas tanto en relación con la pésima calidad de sus servicios públicos (sanidad y educación, especialmente) y la obsolescencia de sus infraestructuras (ferrocarril incluido). A eso se ha añadido una nefasta gestión de la pandemia, una pérdida del peso internacional de quien fue el hegemón mundial hasta mitad del pasado siglo y el espectáculo ofrecido por unos primeros ministros que han basculado entre lo estrafalario, lo ideológicamente ajeno a la realidad y la pura desesperación.
En consecuencia, Starmer no ha necesitado más que evitar errores manifiestos durante la campaña electoral, dejando pasar el tiempo para que Rishi Sunak terminara por convertirse en un cadáver político, incapaz de frenar una debacle de la que solo es el último responsable. Cierto es que los laboristas no han logrado finalmente superar los 418 escaños que dieron la victoria a Tony Blair en 1997; pero también lo es que cuentan con una holgada mayoría para tratar de dar la vuelta a la situación actual en un parlamento en el que, por un lado, los liberaldemócratas han conseguido su mejor resultado histórico (71 escaños), los nacionalistas escoceses han sufrido un serio varapalo (apenas diez escaños frente a los 48 de hace cinco años) y en el que, por otro, finalmente ha entrado Nigel Farage y sus ultraderechistas y antieuropeístas correligionarios del Reform UK (4 escaños).
Pero, una vez que pase la euforia, el futuro inmediato no va a ser precisamente un camino de rosas para Starmer. Durante la campaña ha insistido en su intención de que sus conciudadanos recuperen la confianza en su propio país y ha planteado genéricas promesas de aumento en el número de personal docente y sanitario, de reducción de las listas de espera en los hospitales y de inversiones para poner al país al día. El problema, en todo caso, es que para ello necesita que la economía británica crezca muy por encima de lo que lo está haciendo actualmente, sin que tampoco esté claro cómo piensa cuadrar las cuentas cuando sostiene, por una parte, que no habrá un incremento de impuestos a corto plazo y, por otra, habla de ambiciosos planes de inversión. De momento, tampoco cabe esperar que vaya a ir muy lejos en la relación con la Unión Europea (descartando que propicie una solicitud de reingreso) y se desconoce hasta qué punto entra en sus planes adoptar una política de migración y asilo distinta a la de su predecesor.
A la vista de la experiencia británica, quizás lo único positivo que cabe extraer es que, por un tiempo, se han enfriado notablemente las tentaciones para cualquier otro de los Veintisiete de abandonar el club comunitario. Y eso vale igualmente para los grupos ultranacionalistas y antieuropeístas.
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