Clásica

Yuja Wang despide por todo lo alto el ciclo Palau Piano con 40 minutos de propina

La pianista china Yuja Wang en el Palau, anoche.

La pianista china Yuja Wang en el Palau, anoche. / A. Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

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Impresiona por su virtuosismo, pero también porque marca tendencia: Yuja Wang no se baja de sus tacones para firmar autógrafos, pero tampoco para tocar a Chopin. Y si una crítica musical toma en cuenta estos detalles, es porque esta artista apasionada de la moda –impresionantes los modelitos de la noche, un ‘minired’ con flecos y un vestido largo sin espalda de pedrería con ‘stilettos’ con plataforma–, se caracteriza por la búsqueda de una personalidad y una imagen propias. En este regreso a Barcelona despidió el ciclo Palau Piano 2023-24.

Siempre interesada en ofrecer programas interesantes, en esta ocasión (fue recibida con vítores por sus incondicionales) quiso contrastar, en la primera parte, obras de compositores tan diferentes como Samuel Barber y Dmitri Shostakóvich, consiguiendo un efecto hipnótico con obras escritas más o menos en las mismas fechas. Del compositor estadounidense, con el que arrancó el programa, ofreció una rotunda versión de la 'Sonata para piano en Mi bemol menor, Op. 26', de 1949, obra difícil de afinación y sobre todo de ritmo, ya que el intérprete debe saber llevarla siempre en el cuerpo para no caer en pasos en falso. Wang impuso una digitación clara y transparente, exponiendo sin problemas las diferentes voces, tónica que marcó todo el recital ya desde el 'Allegro energico', servido con todo su virtuosismo, pero sin correr (más lo hizo en el 'vivace e leggero', que pasó como un suspiro) hasta llegar al imposible final plena de energía.

Shostakóvich nunca deja de sorprender por su doloroso lirismo, y Juja Wang incidió en ese sentimiento expresivo al proponer un paseo por los poco programados preludios y preludios y fugas del compositor ruso, desde un casi susurrado inicio del 'Preludio y fuga Op. 87 Nº. 2, en la menor', hasta hacer cantar todas las voces del 'Nº 15, en Re bemol mayor', del mismo 'opus', dos muestras de las 24 piezas maestras que conforman esta colección de 1951, pasando también por cinco de los anteriores '24 Preludios, Op. 34', de 1933: el ‘Nº. 10’, con unos trinos perfectos o el ‘Nº. 16’, con un impresionante juego de dinámicas conformando un fraseo siempre expresivo.

En la segunda parte los románticos de corazón estuvieron encantados con la selección por la que optó la pianista de la obra de Frédéric Chopin, sus cuatro baladas, una forma que el autor polaco llevó a su máxima expresión. En la 'Balada Op. 23 Nº. 1, en Sol menor', cargada de melancolía, sin exceso de ‘rubato’ salvo en el tema principal, pronto se decantó en lo que a ella le encanta, una versión vertiginosa. Interrumpida por los aplausos antes de que acabara, cada balada fue ovacionada, ejecutadas todas con brillantez ejemplar para culminar con una 'Balada Op. 52 Nº. 4 en Fa menor' de gran lirismo y agitados contrastes. Sencillamente espectacular. La velada terminó con nueve propinas, 40 minutos de regalo. ¡Ni Sokolov!