Aluminosis comercial

Sagrada Família: una tienda de suvenirs obscenos y comida rápida por cada metro de altura del templo

Los cuatro puntos negros (y absurdos) de aglomeraciones alrededor de la Sagrada Família de Barcelona

Barcelona se propone lograr una solución definitiva sobre la escalinata de la Sagrada Família este mandato

Así será la Fachada de la Gloria de la Sagrada Família: una acera infernal y un cielo entre nubes

Uno de los productos de indescifrable propósito a la venta en las tiendas de suvebirs.

Uno de los productos de indescifrable propósito a la venta en las tiendas de suvebirs. / A. de San Juan

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por cada metro de altura de la Sagrada Familia (y la torre dedicada a la Virgen hoy es, hasta que se corone la de Jesús, la más alta, con 138 metros) hay en los alrededores del templo una tienda dedicada al turismo, ya sea de suvenirs (cada año que pasa más inconcebibles, no se los pierdan después), de ‘fast food’ en cualquiera de sus versiones, de cambio de moneda, de productos cannábicos o de, por ejemplo, alquiler de bicicletas y patinetes, vamos, nada que ver con el tejido comercial de lo que se espera de un barrio en el que viven más 50.000 vecinos. La cifra es aproximada, según hasta dónde se acuerde que alcanza el perímetro de influencia de la basílica, pero una paciente exploración entre Roselló y València y entre Sardenya y Lepant ofrece ese retrato de 138 establecimientos en los que comprar (pobre Gaudí, con lo austero y beato que era) imaginería sexual de pésimo mal gusto y menús que ningún dietista aconsejaría bajo ningún concepto.

El entorno del (recuérdese, porque eso es lo que es) templo expiatorio, que comenzó a construirse hace más de 100 años por lo pecados que acumulaba esta ciudad, parece entresacado de una distopía turística, pero es bien real. La foto que encabeza este texto es el resultado de una paciente búsqueda de cuál podría ser el suvenir más desconcertante que se oferta a los visitantes. La elección final no era fácil y, por supuesto, es siempre discutible. Competían por subirse a lo alto del podio toda esa colección de ropa interior y camisetas que se muestran en los escaparates y en la que, por ejemplo, se proclama el amor por las felaciones, las prostitutas, los pechos grandes, las mujeres maduras y los falos, y también se hacen, como en la España que parecía haber quedado atrás, chistes de mariquitas.

La banalización del consumo de drogas, sobre todo de la cocaína, es otro clásico alrededor de la Sagrada Família. Este año la gran novedad comercial quizá sean los imanes de nevera y abridores de botella con forma de grotesco pene, pero, por indescifrable, puede que esa primera posición de lo incomprensible sea esa placa, tamaño matrícula de coche, en la que se juntan tres imágenes: un corazón, una silueta de la Sagrada Família y una joven en una posición sexualmente desafiante. Qué pretende contarse allí no es fácil de entender. ¿Camina de rodillas en dirección al templo en busca de perdón? No lo parece.

Camisetas a la venta como recuerdo de la visita al templo expiatorio.

Camisetas a la venta como recuerdo de la visita al templo expiatorio. / A. de San Juan

Hay en la esquina de la calle de Sicília con Provença, o sea, a una manzana de distancia de la gran atracción turística del barrio, una heladería que aún conserva junto a la puerta el cartel original de sus productos. Es casi una pieza de museo. Está ahí desde 1963. Ese establecimiento, que refrescó los veranos de los niños de medio barrio durante una época, no está incluido, por supuesto, en la lista de las 138 tiendas antes citadas. Eso sería un insulto. Su mención viene al caso para recordar que esa metamorfosis comercial de los alrededores de la Sagrada Família es más reciente de lo que parece.

Cuando a caballo de los siglos XX y XXI comenzaron a acumularse los primeros negocios de ‘fast food’ y suvenirs en Provença y Mallorca, algunas voces reclamaron una regulación, un ‘numerus clausus’ de ese tipo de actividades. La respuesta municipal fue que no era necesario. Gobernaba entonces el municipio Joan Clos, que desdeñó aprobar un plan de usos en el barrio. No es que no creyera en la eficacia de este tipo de planes. De hecho, en esas mismas fecha aprobó uno para Ciutat Vella, pero no para limitar ese tipo de comercios. Era un plan de usos que ponía freno a la existencia de locutorios. La ciudad comenzaba a recibir un importante flujo de inmigración extranjera y el ayuntamiento temió que eso alterara el tejido comercial del Raval, el Gòtic y la Ribera. Los locutorios fueron un ‘boom’ pasajero. Las tiendas de suvenirs, no.

Ropa interior, quién lo iba a decir, convertida en suvenir.

Ropa interior, quién lo iba a decir, convertida en suvenir. / A. de San Juan

La cifra de 138 negocios vinculados al turismo en los alrededores de la Sagrada Família no es posible certificarla con el propio ayuntamiento porque este desconoce cuántos hay. En pocas ciudades las licencias administrativas son tan flexibles como en Barcelona. Hay heladerías con permiso para ser una frutería, con la excusa de que supuestamente emplean frutos para elaborar sus productos. Y, en lo que ya es un caso muy célebre, abundan las tiendas cannábicas que en los despachos municipales figuran como floristerías. En realidad, no disimulan. En la calle de Lepant hay una que luce en su cartelería externa los siete premios que han ganado sus productos en lo que parecen ser los distintos Juegos Olímpicos de los porros. En 2023, por ejemplo, se llevó el “oro a la mejor variedad de CBD” en el Spannabis Champions Cup.

Predicadores de la Biblia, en la calle de Provença.

Predicadores de la Biblia, en la calle de Provença. / A. de San Juan

Ante este incuestionable pandemónium, el gobierno municipal es cierto que no se ha quedado de brazos cruzados y de un tiempo a esta parte organiza por sorpresa algo así como unas ‘blitzkrieg’ de funcionarios de distintos departamentos, de entre 10 y 20 personas, que examinan concienzudamente los negocios desde distintas perspectivas y abren expedientes en caso de infracción, por lo que parece algo muy común. En realidad basta con transitar por la calle para tener claro que al menos un par de supermercados de los llamados de 24 horas venden productos que compiten con los de las tiendas de suvenirs.

Por cierto, y como curiosidad estadística, la plusmarca ciudadana de esas tiendas está en el corto trayecto de la calle de Marina que va de València a Mallorca. En total son 12 los bajos comerciales de esos apenas 100 metros de acera dedicados a suvenirs de todo tipo de pelaje.

Imanes de nevera y abrebotellas.

Imanes de nevera y abrebotellas. / A. de San Juan

Semanas atrás, a propósito del debate sobre si el ayuntamiento concederá o no los permisos para construir la gran escalinata de acceso a la Sagrada Família por encima de la calle de Mallorca, la asociación de vecinos sacó a relucir la larga lista de sinsabores que el imán turístico de la Sagrada Família comporta. El mayúsculo por venir será, si llega el caso, la demolición de varias decenas de viviendas para construir esa escalinata y el traslado de los afectados a pisos de obra nueva en las calles más cercanas. La pregunta lógica antes esta perspectiva era de cajón: ¿No preferían ir a vivir a otro barrio sin estas penitencias que comporta el templo? “Bueno, no, al menos aquí se duerme sin ruido en la calle, no como en otras zonas de Barcelona”, respondió uno de ellos.

Bicicletas de alquiler estacionadas en mitad de la acera, algo habitual cada día.

Bicicletas de alquiler estacionadas en mitad de la acera, algo habitual cada día. / A. de San Juan

Así es. El concepto metafórico de la noche y el día es tal cual en la Sagrada Família. Salvo que el templo pase a ser visitable de noche, como sucede con otras obras de Antoni Gaudí, el barrio late según los horarios de apertura y cierre de la basílica. El paisaje cambia radicalmente. Cuando cae el sol, comienza, por decirlo de algún modo, la ‘glovalización’ con 'v' de Glovo, pues las hamburgueserías y otras frituras redondean al alza la caja de la jornada con pedidos para llevar. Es la hora de las bicicletas, las de los repartidores y, también, la de las que algunos turistas han dejado aparcadas de cualquier manera, sin ton ni son. En cualquier caso, nada que ver con lo sucedido durante el día.