Cata Menor

Restaurante La Palma de Bellafila: el pijama, el ‘llibret’ y los sesos se abren paso en Guirilandia

Arriesgan con un establecimiento que pivota en torno a las costillitas de conejo o la oreja de cerdo en lugar de la ‘hamburguesa boina’

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La cigala con albóndigas de La Palma de Bellafila.

La cigala con albóndigas de La Palma de Bellafila. / Pau Arenós

Pau Arenós

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Las calles del Gòtic son ese pintoresquismo que el turista busca para las fotos con las que atropellar y abrumar a sus conocidos al regreso, pero que resultan un reto para la restauración con raíz.

Arriesgar con un establecimiento que pivota en torno a los sesos de cordero, las costillitas de conejo o la oreja de cerdo confitada y frita en lugar de la crepe o la ‘hamburguesa boina’ (la ‘smash burger’ quiero decir) es como jugar al fútbol a la pata coja y marcar gol.

Ese es el desafío de La Palma de Bellafila, hija de Bodega La Palma, propiedad de Judit Giménez y Albert Rial y que está en la callecita de al lado. El bien se abre paso en Guirilandia.

Albert Rial, Jordi Parramon y Alain Salamano, en La Palma de Bellafila.

Albert Rial, Jordi Parramon y Alain Salamano, en La Palma de Bellafila. / Pau Arenós

También a pocos metros de distancia, el retorno del Cafè de l’Acadèmia, que reivindica el porrón para pasmo y mojadura de los guiris, y el ya más veterano Capet, el comedor de alta cocina tranquila de Armando Álvarez.

Donde estuvo el restaurante Pla, busca su lugar esta casa de comidas con dos plantas, cuya apertura y asesoramiento ha corrido a cargo de Jordi Parramon, el chef que tuvo una estrella, cerró por desamor y prefirió volverse invisible allá por el 2007.

La sardina con uva y los sesos de La Palma de Bellafila.

La sardina con uva y los sesos de La Palma de Bellafila. / Pau Arenós

Al frente de la sala y de los vinos, Alain Salamano, que se ha currado una elección con chicha: bebo a gusto la manzanilla Minuto y el Nat’Cool de Niepoort, que rompe la mesura con una botella de litro.

Jordi ha diseñado un conjunto de apetencias que funcionan muy bien como la sardina, uva y espina frita (¿homenaje al Motel?), el lomo de atún con tomate y cerezas encurtidas, las albóndigas con cigala o el morro de bacalao confitado, de punto perfecto, trabajo de exactitudes por parte del cocinero Andrés Ortiz, que se torna imprecisión con la pintada con peras fermentadas, que necesita del ajuste de las pechugas. En cualquier caso, celebro que haya pintada, un ave que escasea en nuestras mesas. Junto a Ortiz, Àlex Jiménez, el segundo de cocina.

El pijama de La Palma de Bellafila.

El pijama de La Palma de Bellafila. / Pau Arenós

Macarrones, bikinis (que defiendo como cocina barcelonesa, aunque jamás aparece en los listados), incluso un ‘llibret’, en inesperado renacimiento porque La Fonda de Pirenaicas también lo ha incorporado a la oferta.

Despedida a lo grande con el pijama, postre histórico bien resuelto por la pastelera Martina Pérez: flan, ‘mousse’ de piña, melocotón natural y helado de nata fresca. Le falta la guinda, ese perdigón rojo, para hacer diana.

Nació el pijama en los alrededores, en el 7 Portes, y allí ha quedado como retén, aunque algún cocinero se haya atrevido, torpemente, a reanimarlo. La versión de La Palma de Bellafila es una digna heredera.

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