Proceso en Tailandia

El 'caso Daniel Sancho' cumple un año a la espera de la sentencia del 29 de agosto

El destino del responsable de la muerte de Edwin Arrieta se debate entre la cárcel amable de Samui y la despiadada de Bangkok

El último informe para salvar a Daniel Sancho

El juicio a Sancho queda visto para sentencia, que se conocerá el 29 de agosto

Las claves del caso Daniel Sancho, un año después

EL PERIÓDICO

Adrián Foncillas

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Principiaba agosto con las recomendaciones de evitar las horas de más calor al aire libre cuando Daniel Sancho, un bigardo rubio, esforzado youtuber y presunto chef, solucionó a las cadenas televisivas lo que quedaba de verano. Ha pasado un año de la muerte del cirujano Edwin Arrieta en la habitación de un hotel de la paradisiaca isla tailandesa de Koh Panghan y, cubiertos ya el planteamiento -la detención- y el nudo -el juicio-, al crimen más mediático de los últimos tiempos le resta el desenlace. Será el 29 de agosto con la sentencia del tribunal de Koh Samui.

Sobre el prólogo no hay dudas. Arrieta y Sancho, de 29 años, se habían conocido un año antes en las redes sociales y mantenían una relación de contornos difusos pero con la certeza de que el primero pagaba las facturas. Nunca pisaron el Festival de la Luna Llena, un delirio de drogas, alcohol y música electrónica, para el que se habían citado. Sancho recogió al colombiano en el muelle y lo condujo en moto a su hotel en la punta septentrional de la isla. Sobre lo que ocurrió en las horas posteriores deberá pronunciarse la sentencia. ¿Un desgraciado accidente o un plan? Ahí radica la diferencia entre un homicidio imprudente y un asesinato agravado, entre una pena de cárcel asumible con rápido traslado a España o la cadena perpetua en una de las prisiones más salvajes del mundo.

El caso carecía de dobleces en un principio. El febril acopio de arsenal punzante y cortante de Sancho en las horas previas y sus persistentes confesiones en las semanas posteriores a todo el que quisiera escucharle (policía, fiscalía, tribunal, prensa…) deslizaban hacia un camino conocido en Tailandia: la admisión de culpa y el arrepentimiento para una condena misericordiosa. Con la entrada en escena del bufete de Marcos García-Montes llegó el abrupto viraje. “Hay partido”, decía frente a los abogados tailandeses dimitidos o despedidos que tildaban la estrategia de suicida.

Sostiene Sancho que Arrieta nunca aceptó la ruptura y que le amenazó con revelar fotos íntimas y consecuencias fatales para él y su familia. En aquella tarde, continúa, repelió una agresión sexual con un empujón y el colombiano se desnucó contra el lavamanos. Después lo descuartizó durante tres horas y desperdigó los pedazos por la isla. El hallazgo de algunos en un vertedero por una inmigrante birmana junto con el recibo de la compra precipitaron su detención.

La defensa se esforzó durante el juicio en la titánica misión de invalidar aquellas confesiones y de convencer al tribunal de que Sancho compró los cuchillos y sierra con fines culinarios. Para lo primero denunció las tropelías policiales: le fue denegada su llamada telefónica y un abogado de oficio y se le prometió un raudo traslado a España si colaboraba acercándole un documento de deportación falsificado. Sobre lo segundo, ha asegurado que con la sierra pretendía seccionar cocos para convertirlos en cuencos y aclarado que, si pretendía descuartizar un cuerpo, disponía en el supermercado de herramientas más afiladas. El optimismo de la defensa parecía más vinculado a la superstición y la necesidad de mantener alta la moral en la batalla que a la razón.

Una cincuentena de testigos desfilaron durante las cuatro semanas de un juicio al que no le faltaron episodios rocambolescos, como la suspensión de la vista porque la avería del aire acondicionado amenazaba con lipotimias, pero que concluyó con la admiración de las partes por las garantías judiciales de un país descrito como bananero en las televisiones españolas. La cadena perpetua y la pena capital, que se daban por descontadas en su inicio, se han desinflado. En dos ocasiones admitió el fiscal, Jeerawat Sawatdichai, la dificultad de acreditar la premeditación.

Esa es la sustancia jurídica de un caso que también ha satisfecho a la prensa del corazón. Las relaciones con su hijo de Rodolfo Sancho, célebre actor, y con la madre, Silvia Bronchalo, han alimentado tertulias. No abundan los asuntos que conciten el interés de la crónica rosa y de la negra y que exploten en un secarral informativo. Este 29 de agosto sabremos el destino más inmediato de Sancho: seguirá con el muay thai y el yoga en la esponjada prisión de Koh Samui o en la vecina de Surat Thani con una condena por debajo de los 20 años; por encima, será empujado a la capitalina de Bang Kwang, conocida como “el gran tigre” por cómo devora a sus inquilinos. Al serial, sin embargo, aún le quedarán episodios porque ambas partes han anunciado los recursos si son desatendidas sus pretensiones.

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