Caos en la red ferroviaria

Llenar el coche de desconocidos un domingo a las siete de la mañana: el caos de Rodalies fortalece la solidaridad entre usuarios

Crónica de un 'road trip' entre Sant Celoni y Barcelona para llegar a trabajar un domingo a las 9 de la mañana con sistema ferroviario colapsado

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Ambiente del colapso en Rodalies, este domingo en la estación de Sants.

Ambiente del colapso en Rodalies, este domingo en la estación de Sants. / Manu Mitru

Helena López

Helena López

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Pocos rasgos identitarios tan fuertes como el de ser viajero diario -casi rehén- de Rodalies. Solo los usuarios que hace años que dependen del tren para llegar a sus puestos de trabajo [y, mucho más importante, regresar a sus hogares después], pueden entender esta nada exagerada afirmación en toda su magnitud, pero los que pertenecen al sufrido colectivo -miles en toda el área metropolitana de Barcelona- les hacen falta pocas palabras para identificarse, comprenderse y abrazarse en el despropósito. La solidaridad surgida este domingo para intentar sobrellevar el enésimo fallo multiorgánico sufrido por Rodalies ha sido la última muestra de ello.

Estación de Sant Celoni (Vallès Oriental), domingo 7.30 de la mañana. La mujer del peto fluorescente hace bajar a los viajeros del tren. No saldrá. Ni ese ni ningún otro, no saben hasta cuándo; afirmación que hace despertar de golpe a los usuarios adormecidos. Pocos al tratarse de un domingo a primera hora, pero doblemente afectados. No solo han madrugado para ir a trabajar un domingo, sino que el esfuerzo ha sido en balde. No llegarán al trabajo. ¿No?

Historia de solidaridad

Tere tiene las llaves de su viejo BMW en la mano. Ha bajado en coche a la estación porque los domingos hay sitio para aparcar -los días de cada día es imposible- y porque anoche se acostó tarde viendo Eurovisión. No tiene suficiente gasolina, pero si entre todos llenan el depósito, ella pone el coche. Es 'coach' (y se nota) y tiene que ir a Barcelona a hacer una formación que ya ha pagado y no está dispuesta a perderse. A Esteban, joven 21 años que va a Llinars del Vallès (Vallès Oriental), donde trabaja en un restaurante para ahorrar para pagarse los estudios, se le ilumina la cara. Tere no le conoce de nada, es la primera vez que se ven, pero le invita a subir. Tendrá que dar algo de vuelta para dejarle en Llinars, pero no le va a dejar en la estación, donde a esa hora de la mañana no hay prevista ninguna alternativa. "Nada pasa por casualidad", le dice Tere -la heroína de esta historia- a Sonia, la otra mujer que también sube al coche. Sonia es acupuntora y va a Barcelona a trabajar en una Feria en el Palau Sant Jordi que le hace mucha ilusión.

De hecho, se dirige también a otros dos chicos muy jóvenes que también pasean por la entrada de la estación desconcertados, pero estos le dan las gracias y le dicen que no se preocupen, que ahora les vendrán a buscar.

Tanto Sonia como Esteban agradecen reiteradamente el gesto a Tere, quien responde con una sonrisa que ellos también lo hubieran hecho por ella, y "así me hacéis compañía". Tras dejar a Esteban en Llinars y desearle suerte, Tere coge la autopista y antes de las nueve de la mañana deja a Sonia en paseo de Gràcia -donde tendría que haber bajado en el tren-, y pone el GPS para encontrar donde aparcar cerca de Lesseps, donde tiene el curso.

Si en algo tienen un máster los usuarios de Rodalies es en buscarse la vida cuando desde las estaciones la única respuesta que se les da es que busquen alternativas, como si estas existieran (en el caso de Sant Celoni, el tren es el único medio de transporte público posible durante el día). En los chats, el temor es claro: ¿qué pasará mañana? ¿ya estará arreglado?