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La tregua se aleja de Gaza

Es acuciante detener una guerra y evitar una extensión regional del conflicto

Una mujer llora durante un acto, en Kuala Lumpur, de protesta contra el asesinato de Ismail Haniyeh por el ejército israelí.

Una mujer llora durante un acto, en Kuala Lumpur, de protesta contra el asesinato de Ismail Haniyeh por el ejército israelí. / AP

El asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniya, y la más que previsible movilización del eje de resistencia, activado desde Irán, ha hecho saltar todas las alarmas en cuanto a los riesgos de escalada que asoman en el horizonte inmediato de Oriente Próximo.

Las multitudes reunidas en los funerales celebrados en Irán, con los máximos dirigentes de la república de los hayatolás en la tribuna, y en Catar son algo más que actos de homenaje. Los oradores en ambas ceremonias han multiplicado las promesas de venganza y la comunidad internacional parece incapacitada para detener la guerra de Gaza y auspiciar una salida negociada.

El hecho es que, más que nunca, es acuciante detener una guerra a días de cumplir diez meses y evitar una extensión regional del conflicto. Pero los asesinatos selectivos de esta semana han reforzado a los jefes más radicales de Hamás en el interior de la Franja y a sus iguales en Lìbano (Hizbulá) y en Yemen (los líderes hutís).

Al mismo tiempo, a despecho de la realidad sobre el terreno, el primer ministro de Israel, Binyamin Netanyahu, se ciñe todos los días a las exigencias de sus aliados de extrema derecha de no cejar en el objetivo proclamado en octubre del año pasado de aniquilar a Hamás. Un propósito que el desarrollo de la guerra ha demostrado inalcanzable, convertida la matanza de Gaza en un mecanismo de activación de nuevos y jóvenes seguidores del movimiento.

La gran paradoja es que Hamás se benefició en el pasado del propósito de Israel de convertirlo en un factor de distorsión que debilitara a la Autoridad Palestina, el interlocutor dispuesto a progresar por el camino de la solución de los dos estados, de la que Netanyahu y sus socios de Gobierno no quieren ni oír hablar. En esa tesitura, muerto Haniya, la exaltación del mártir alimenta la estrategia del ala radical de Hamás, encabezada por Yaya Sanuar, máximo líder militar en la Franja.

Si con Haniya era posible acordar alguna forma de alto el fuego –la tregua en tres fases que nunca fue más allá de los enunciados–, es difícil imaginar que sus sucesores acepten en lo inmediato comprometerse en una negociación en la que Estados Unidos ha de desempeñar un papel determinante, siquiera sea a través de sus principales aliados árabes.

Estaban en lo cierto cuantos advirtieron en su día de que la prolongación de la guerra de Gaza entrañaba un gran riesgo de extensión de la crisis a la periferia de Israel, singularmente en Líbano, con una mayor implicación de Irán en la inestabilidad de Oriente Próximo. También lo estaban y lo están cuantos han recordado que el derecho de Israel a la legítima defensa no es un cheque en blanco para poner en práctica una lógica de tierra quemada.

De todo ello se ha aprovechado Hamás para activar a su favor una parte importante de la calle árabe y mantener intacta su pretensión de ser un actor ineludible en la resolución del conflicto a pesar de haber desencadenado el golpe de mano terrorista del 7 de octubre del año pasado en suelo israelí. Había transmitido Haniya alguna disposición al posibilismo desde su exilio catarí, a pesar de perder en la guerra a tres de sus hijos; es dudoso que sus sucesores mantengan parecida posición, aunque el parte de bajas en Gaza no deja de crecer a cada día que pasa.