Opinión | Arenas movedizas

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Periodista

Curso del 84

Reunión de antiguos alumnos 40 años después. A veces creemos que el pasado nos persigue. Y no. Somos nosotros quienes tratamos de recuperarlo en un vano intento de disimular el paso del tiempo

Un fotograma de Arnold Schwarzenegger en la película ‘Terminator’, estrenada en 1984

Un fotograma de Arnold Schwarzenegger en la película ‘Terminator’, estrenada en 1984

Mis compañeros de bachillerato de la promoción de 1984 nos hemos citado el mes próximo a una comida, tardeo y lo que surja­ para vernos las caras y las canas, quien pueda presumir. Para muchos de nosotros será la primera vez que nos veamos en 40 años, que es el tiempo que duró la dictadura de Franco, la edad de un cuarentón, el periodo de vida de un milenial en 2024; como si nos hubiéramos despedido al comienzo de la Guerra Civil y reencontrado con Suárez en La Moncloa y Juan Carlos en el trono.

Uno de esos compañeros pulsó el botón de avance rápido del radiocasete y la historia embistió a toda velocidad saltándose los últimos coletazos de la Movida, el grunge y el indie de los 90, el reguetón de los 10 y los felices años 20 de Taylor Swift y Karol G., ya en streaming. Hubo inventos que nacieron y murieron sin que entre muchos de nosotros llegáramos a compartir su coetaneidad, como el busca o el disquete de 1,4. La cinta y el vinilo ya habían caído en desuso para cuando este voluntarioso y paciente compañero se conjuró para hallarnos y juntarnos a unos cuantos de esa época en la que triunfaba Parchís y se leyó tanto a Orwell. Sacamos el seis doble, comimos ficha y contamos 40. Así de rápido. De Los Pecos a Rosalía en un pispás. De Cela a Ana Iris Simón, a Jabois, a Martín Rodrigo. Una vida. De Almodóvar a Los Javis.

Hemos creado el clásico grupo de WhatsApp. Al cuarto o quinto mensaje alguien colgó un vídeo sobre cómo combatir los efectos de la menopausia, no sé si con la encomiable intención de hacer una aportación valiosa o para ponernos los pies en la Tierra de acuerdo a la dimensión espacio-tiempo. En suma, que aquello ya no era COU. El atleta adolescente que pulverizaba a todos sus rivales en las carreras de cross bromeó: «Ahora casi ni me puedo atar las zapatillas».

Menopausia, nietos, nietas, éxitos, gatillazos, fracasos, perros y gatos. Hay un matrimonio que son pareja desde el cole; hay solteros y solteras por vocación; hay viudos o viudas; y hay otros y otras con varios divorcios a la espalda. Hay vendedores de electrodomésticos, hay periodistas, realizadoras de televisión, profesoras, peluqueros, informáticos, críticas y agentes gourmet, empresarios y hasta un expresidente de multinacional al que no localizamos o quizá hayan deslocalizado. De los pantalones bombacho y las chaquetas de hombreras a tratar de engordar el plan de jubilación. Repuestos de infartos o superado graves enfermedades. Algunos se quedaron en el camino. La quinta del 66 en pleno Matrix reloaded. Objetivos cumplidos y sueños frustrados.

Aunque dos años antes todos vimos Blade Runner, el presente nunca ha sido como nos lo pintaba Ridley Scott. Resulta que éramos boomers, pero entonces no lo sabíamos; aquel Real Madrid de García Remón, Camacho, Chendo, Stielike y una barbilampiña Quinta del Buitre; el Barça de Alexanko, Calderé, Migueli y Bernd Schuster. El Madrid ya no ganaba la Copa de Europa y España perdió una final contra Francia. Lo de siempre. Sacaban disco Ilegales, Radio Futura y Mecano, y Miguel Bosé daba un giro a su carrera, el primero de varios, con su Sevilla y su Amante bandido. Se estrenaban Terminator y Los Gremlins, y el Telediario presentado por Ángel Losada abría con las negociaciones entre empresarios y sindicatos acerca del llamado acuerdo económico y social. Hay cosas que no cambian. Triunfaba La bola de cristal y Elena Santonja presentaba Con las manos en la masa con música de las Vainica. En TVE emitían Hotel después de comer, y en el UHF, Candy Candy, una serie japonesa de dibujos que al parecer era ‘manga’. Andropov comandaba la Unión Soviética y ese mismo año dio paso a Chernenko, caricaturizado junto a Ronald Reagan por Frankie Goes to Hollywood en un vídeo muy popular en la MTV. Stevie Wonder era número uno de Los 40 con I just called to say I love you. La mujer de rojo, fantasía púber. Aquel año se inventó el Tetris y en las salas recreativas, el futbolín, el pinball y las mesas de billar le hacían hueco al Pac-Man.

La última vez que muchos de nosotros nos perdimos la pista fue el día que nos dieron las notas de COU. Algunos emprendimos carreras universitarias mientras nos embozábamos en aquel mitificado Madrid de la Movida, que pasó fugaz como Mr. Marshall por nuestro barrio de aluvión, más de Leño y Barón Rojo, de sirlas y heroína, y al que algunos llevábamos las novedades musicales como quien vivía junto a la base de Rota y descubría el rock and roll por los discos que traían los soldados de EEUU. Los 80 tampoco fueron la fantasía que los mileniales idealizan ahora.

Lo mejor de ese grupo es que, de momento, no hay muestras exageradas de nostalgia. Más allá de las bromas, nadie parece echar de menos el pasado. Añorar el pasado es correr tras el viento, dijo algún sabio. El pasado no nos persigue, somos las personas quienes a menudo nos empeñamos en perseguirlo, como si tratáramos en vano de disimular el paso del tiempo; de ahí que funcionen tan bien la añoranza, el Cachitos de Nochevieja, las canciones antiguas y la Gymnopédie Nº 1 de Erik Satie.

Por peculiar que parezca, que se hable de menopausia y no de acné juvenil es señal de que aquellos adolescentes por fin maduraron. En ocasiones es necesario que el tiempo nos suelte un bofetón para situarnos en el año en que vivimos. Algunas personas se aferran al pasado como el coyote cuando trataba de dar caza al correcaminos. Una vez, y otra, y otra. A punto de agarrarlo, el coyote daba por hecho que atraparía al pajarraco al doblar la curva, tras la que inesperadamente se aparecía un cortado estrecho y diminuto levantado centenares de metros sobre un gran cañón. El coyote se precipitaba en caída libre y enganchado a una rama observaba al pájaro burlón sobre un cantal del desfiladero, la cola larga, el cuello estirado y la cresta azul. Mic, mic. No imiten al coyote. Habría hecho mejor en pasar del correcaminos, irse al supermercado y meter una piña en el carro. Adelante, coyote, de 19 a 20 en Congelados.

Es opinión impopular, pero yo iba con el correcaminos, siempre con los pies en el firme. El correcaminos camina y corre en el suelo; solo vuela cuando es necesario, sin mirar atrás. Rara vez le atrapan. No hay porvenir en el pasado. Hay más futuro en esa reunión de antiguos alumnos que en cualquier día de los 40 años que hemos estado sin vernos, que carecen ya de cualquier porvenir, solo pretérito y hojarasca.