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Elecciones en Alemania
Editorial

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Alerta en el corazón de Europa

Ante la victoria de la AfD es positivo mantener un cordón sanitario, pero también se deben ofrecer alternativas

Leonard Beard

Leonard Beard / Leonard Beard

La victoria electoral obtenida por el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones de Turingia, completada con un segundo puesto en el estado vecino de Sajonia, es ciertamente histórica. Es la primera vez, desde la guerra, que una fuerza política alemana con lazos ideológicos con el pasado nazi del país gana unas elecciones. Desde el final de la guerra, la derecha alemana había estado siempre liderada por los democristianos de la CDU, que ayer quedaron en segundo lugar en Turingia y primeros en Sajonia, con un punto y medio de ventaja sobre la AfD. En términos europeos, la victoria de la AfD, completada por la derrota del partido socialdemócrata del canciller Olaf Scholz y por la irrupción de una nueva fuerza política, BSW, que se declara de izquierdas pero comparte con la AfD una política antimigratoria y filorrusa, enciende más de una alarma. Lo único que relativiza la dimensión de lo que ha sucedido este fin de semana es el hecho de que la población de los dos estados suma menos del 8% de la población alemana. Las próximas elecciones en Brandemburgo, y las legislativas federales del año próximo, permitían medir el alcance real de este auge extremista y populista.

Esta radicalización política tiene algunas causas específicas que tienen que ver con la pertenencia de ambos estados a la Alemania comunista hasta la caída del muro de Berlín. Pese a las ingentes inversiones llevadas a cabo en la antigua Alemania del Este, su población considera privilegiada la parte occidental del país. Algo parecido ocurrió en el llamado cinturón del óxido norteamericano, integrado por obreros blancos víctimas de la crisis industrial que votaron masivamente por Donald Trump. También hay que tener en cuenta la falta de tradición democrática de una sociedad devastada ideológicamente por la dictadura comunista. 

Sin embargo, la victoria de la AfD se alimenta del mismo material incendiario que contribuyó a las que obtuvieron Giorgia Meloni o Marine Le Pen: las dificultades de la Unión Europea para dar respuestas convincentes a los retos que plantea la inmigración para sectores sociales dominados por el miedo y la falta de perspectivas de promoción social y económica. La utilización malintencionada de las redes sociales -en este caso, con motivo del asesinato de tres personas en Solingen por parte de un refugiado sirio- prendió la mecha de un fuego que también está latente en la mayoría de los países europeos. La lección es clara: bien está que se mantenga un cordón sanitario que impida la llegada del AfD el Gobierno de Turingia, pero no basta. Hace falta quitarle a la extrema derecha el alimento que le proporciona la falta de un política migratoria consistente por parte de la UE, poniendo el acento en mecanismos legales de llegada de los inmigrantes. Hace falta también más rigor en el ámbito de la seguridad, para evitar que este sea el campo abonado de la extrema derecha. Solo así se conseguirá frenar un fenómeno que podría poner en entredicho la democracia en Europa y que puede ser utilizado por Vladímir Putin, cuya carrera empezó precisamente en Dresde, la capital de Sajonia, como agente del KGB.