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Emma Riverola

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Escritora

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Niños de la guerra

Solo el perverso delirio de los malvados se permite jugar con lo más sagrado

Unos niños juegan mientras se refugian en una estación de metro durante el día en Kiev (Ucrania), el 2 de marzo de 2022. 

Unos niños juegan mientras se refugian en una estación de metro durante el día en Kiev (Ucrania), el 2 de marzo de 2022.  / SERGEY DOLZHENKO/EFE/EPA

Los niños, siempre los niños. Claman en su defensa los justos y los sátrapas. En su nombre se cometen heroicidades y atrocidades. La infancia, con toda su inocencia y su fragilidad, es tremendamente poderosa. Doblegar a un niño puede llevarte a dominar el mundo. O a intentarlo. Al menos, eso es lo que han creído tantos regímenes totalitarios.

Niños de rojos adoctrinados con sangre y hambre por el franquismo. Los hijos robados a las torturadas de la dictadura argentina. La infancia convertida en un elemento de control al servicio de Hitler. Solo el perverso delirio de los malvados se permite jugar con lo más sagrado. Ahí está Putin con los niños ucranianos. Disponiendo sobre su vida y su alma. Ucrania asegura haber documentado la deportación forzosa de casi 20.000 niños a Rusia. Las autoridades rusas, jactanciosas, elevan el número a 700.000. Con la ayuda de organizaciones por los derechos de la infancia, se ha conseguido devolver a unos 400 niños a su hogar. Son pequeños que fueron extraídos de instituciones que les tenían a su cargo o de los brazos de sus padres. También hubo engaños: la promesa de llevarles unos días de campamentos. Ya no volvieron.

La defensora rusa del menor, Maria Lvova-Belova, ha adoptado a uno de esos niños. Es la misma que cuando llegaron menores ucranianos a la región de Moscú aseguró que algunos hablaban negativamente de Putin, “pero luego se transforman en amor a Rusia”. Estremece el comentario. En el discurso a la nación de febrero de 2023, Putin afirmó: “Las élites occidentales se están volviendo locas y parece que no hay cura, pero esos son sus problemas. Nosotros estamos obligados a proteger a nuestros hijos, y lo haremos: protegeremos a nuestros hijos de la degradación y la degeneración”. Curioso -y perverso- modo de preservar la infancia. El curso de la guerra difícilmente se decidirá por la suerte de esos miles de niños, pero el dolor ejercido sobre la población prevalecerá por generaciones. Un crimen contra la humanidad que busca humillar el futuro. 

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