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Análisis
Luis Sánchez-Merlo
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La densa niebla de la guerra

Cuanto más tiempo se mantenga Ucrania en Kursk, más probable será que Putin no vea otra alternativa que sentarse a negociar

Ucrania ataca con misiles y decenas de drones regiones fronterizas rusas, incluida Kursk

Ucrania ataca con misiles y decenas de drones regiones fronterizas rusas, incluida Kursk / EFE

En su obra 'De la guerra', Carl von Clausewitz hizo referencia por primera vez al término niebla de la guerra, que se ha vuelto de uso común para definir la mecánica de la incertidumbre en el conflicto bélico.

La sorpresiva incursión de tropas ucranianas en Kursk (región cargada, como Crimea, de un enorme simbolismo histórico para Rusia) es la primera vez —desde la Segunda Guerra Mundial— que un ejército extranjero penetra en Rusia.

Mientras la narrativa de Putin despachó la ofensiva como "provocación a gran escala", Kiev adelantó que su principal objetivo era detener los ataques de artillería rusa desde la región de Kursk contra territorio ucraniano y que no desea mantener, de forma permanente, el territorio ruso del que se ha apoderado.

El consejero áulico del presidente ucraniano, Mijailo Podoliak, ha sido más explícito: "Es una respuesta a la ‘errónea’ consideración de las tropas del Kremlin de creer que pueden atacar Ucrania con impunidad”.

Lo que no parece albergar dudas es que, rompiendo el frente por donde nadie lo esperaba, la audaz estrategia de Zelenski —secundado por su máximo comandante militar, el general Sirski— buscaría obtener ventaja —una moneda de cambio— cara a una eventual negociación futura que tuviera el propósito de alcanzar un acuerdo “paz por territorios” para poner fin de la guerra.

La sorpresa operativa —que ha pasmado al mundo— se habría tomado teniendo en cuenta el calendario político estadounidense y un factor decisivo, como ha sido la llegada a Ucrania de cazas F-16, dotados de capacidad aire-tierra.

Es pronto para evaluar una maniobra que tiene sus riesgos, por lo que resulta precipitada la conjetura sobre cómo acabará la operación, ya que no están claras las intenciones ni cuáles podrían ser los costes de oportunidad, si bien la historia demuestra que, al final, los rusos reunirán sus fuerzas para contraatacar con contundencia.

Frente a lo que algunos consideran un envalentonamiento —rayano en la temeridad— al emprender una arriesgada ofensiva por tierra, teniendo enfrente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, otros aplauden la agilidad de las tácticas asimétricas (ataques de choque utilizando una fuerza pequeña y móvil), susceptibles de compensar la debilidad de Ucrania.

Una vez más, ha quedado demostrada la determinación ucraniana para resistir la agresión rusa, desacreditando a quienes sostienen que es una causa inútil. Con una población (45 millones) mucho menor que su adversario (145 millones de habitantes), el país invadido encuentra dificultades para el reclutamiento de tropas; sus recursos propios son escasos y la dependencia de suministros de Occidente es casi plena.

La incursión arroja luz sobre algunas debilidades de Rusia: la frontera, mal defendida y las tropas, reclutas mal armados, con poca o ninguna formación militar. La autoridad de Putin se ha visto socavada con la incursión, pero no por ello su control del poder.

Desde la invasión —febrero de 2022— este es el cuarto golpe que encaja el Kremlin, lo que pone de relieve las debilidades de una autocracia vertical que opera, en gran medida, sobre el miedo y el castigo. Los anteriores fueron: el intento fallido de derrocar al gobierno de Kiev; la toma por Prigozhin —“el chef de Putin”— de Rostov del Don con la marcha de Wagner sobre Moscú, sin apenas oposición, que mostró a los ucranianos lo fácil que sería invadir territorio ruso, y el asalto islamista a la sala de conciertos Crocus City Hall.

La vacilante respuesta militar (el sistema de control de arriba abajo no permite una acción rápida y decisiva) ha delatado la incapacidad de replicar con acciones a la altura de la belicosa retórica del Kremlin.

Lo expuesto por el Royal United Services Institute (con sede en Londres): ”Putin espera que los demás hagan el trabajo duro, se atribuye el mérito de todo lo que sale bien y culpa a los demás de todo lo que sale mal”. ¿está insinuando que el Zar se esconde en las crisis?

Quizás su mayor error de cálculo haya sido la adjetivada “operación militar especial”, una guerra sin adjetivos, al creer que bastaba con amenazar con una respuesta nuclear para que el mundo se plegara a sus designios, sabedor de que no tiene los medios para librar una guerra convencional contra la OTAN, en caso de que la alianza acudiera en ayuda de Ucrania.

Hay quien tilda la prohibición de usar armas suministradas por el Pentágono para atacar objetivos militares en Rusia, con el fin de evitar la Tercera Guerra Mundial, como un ejercicio de cinismo, ya que este enfoque ha contribuido a prolongar una espantable guerra de desgaste.

Por fortuna, no las ha utilizado pero no se ha retractado de la postura maximalista —Ucrania tendría que ceder aún más territorio a Rusia y renunciar a entrar en la OTAN como condición para la paz— que sostuvo sobre unas posibles conversaciones de paz.

A las hipócritas quejas del Kremlin sobre la invasión ilegal de territorio ruso, la Casa Blanca ha respondido que lo único que tiene que hacer Putin es ordenar la retirada de las tropas rusas del territorio soberano ucraniano.

Cuanto más tiempo se mantenga Ucrania en Kursk, más probable será que Putin no vea otra alternativa que sentarse a negociar. Pero sin un apoyo más proactivo de Occidente, la incursión tiene un éxito limitado.

Estados Unidos y Europa tienen el deber moral de dar a Ucrania todos los medios posibles para terminar la guerra en una posición de fuerza y como una democracia funcional y próspera alineada con Occidente.

Lo que resulta evidente es que la ofensiva por sorpresa ha descolocado a Putin y cambiado la guerra, aunque la falta de claridad añada incertidumbres a motivaciones subyacentes.

Iremos viendo…