Opinión |
Vacaciones
Valentí Puig

Valentí Puig

Escritor y periodista.

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La política en bermudas

Antes de aceptar amistosamente la invitación desinteresada a navegar en un velero, el político no puede olvidar que ahora toca aplicar las virtudes de la austeridad

Pedro Sánchez y Salvador Illa se dejan ver juntos en Lanzarote

Sánchez es  troba amb Illa  a Lanzarote | LANZAROTE

Sánchez es troba amb Illa a Lanzarote | LANZAROTE

El político de vacaciones deja sus huellas digitales en la pantalla del teléfono móvil, con un rastro de crema bronceadora. Nunca hubiera imaginado que iba a añorar tanto el poder, la batería de teléfonos del despacho por anacrónica que sea, el hervor de la política. Sí, solo serán unas semanas de vacaciones pero él se siente como el mono desnudo, a la vista de todos sus conciudadanos, con gorra de béisbol y una lata de cerveza en la mano. De repente, solo es uno más, parte de la masa veraniega. Sabe que todo ciudadano puede fotografiarle con el móvil cuando se rasca el trasero.

Vayan donde vayan los gobernantes, alguna cámara les pilla. Eso si no son ellos los que, convenientemente, aparecen en bermudas, en un chiringuito abarrotado de periodistas a la hora del aperitivo con anchoas. Ningún político aguanta más de una semana sin esperar que le elogien en un digital con esquinas. Hay que pasear con los hijos, ir de la mano con su esposa y sonriendo entre bañistas con sombrilla.

Sobre todo, cuidado con los yates. Las anécdotas de políticos en yate han sido una serpiente de verano desde la transición democrática. Evítense las gorras de comodoro con visera blanca. A lo sumo, embarcar en un velero de eslora modesta y aun así, lo más lejos posible de las cámaras de televisión y de los 'paparazzi'. Ningún geómetra de la virtud pública ha conseguido precisar el límite entre vida pública y vida privada, pero el caudal mediático se lleva muchas cosas por delante.

¿Qué dimensiones sencillas ha de tener un yate para ser asequible a la vida debidamente mesocrática de un estadista? De tenerse en cuenta la teoría de la clase ociosa, en un yate de proyección apreciable convergen el consumo ostensible y la emulación pecuniaria. Se lo advirtió en vano Alfonso Guerra a sus compañeros del PSOE hace muchos años: para el verano, lo mejor es quedarse en casa con la familia y el botijo.

Con su yate 'Catalonia', Francesc Cambó navegaba por el Adriático. Entonces no había 'paparazzi' apostados las veinticuatro horas ni programas de televisión dedicados a entrometerse en la vida ajena, si no a inventársela. ¿Qué mal hay en pasar una semana invitados a bordo de un yate despampanante? Pero la imaginación popular sospecha que los magnates con yate invitan a los políticos para inducirles a favorecer sus negocios o sus intereses, en el sentido más amplio. Somos muy malpensados.

De hecho, los yates generan consumo y puestos de trabajo. Es una de las características del lujo. Ya muy viejo y retirado de la política, Winston Churchill se dejaba invitar por Onassis. El líder en el ocaso se ensimismaba con una copa de champán Pol Roger en la popa del yate de Onassis. Antes de aceptar amistosamente la invitación desinteresada a navegar en un velero, el político no puede olvidar que ahora toca aplicar las virtudes de la austeridad. Mejor abstener y brindar con tinto de verano o, si acaso, navegar en alta mar.