Opinión | La situación del 'expresident'

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Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / JOSEP LAGO / AFP

Me gustaría que, más allá de «performances», estériles desafíos al Estado o supuestas «jugadas maestras», alguien me dijera algo de provecho por el bienestar de los catalanes que haya hecho Carles Puigdemont desde que en enero de 2016 fuese elegido presidente de la Generalitat; repito, una sola cosa. Y ya no es que Puigdemont no haya hecho nada por mejorar la vida de los ciudadanos, al contrario, es que, con él al frente, su partido ha perdido su enorme capital.

Aquel enero de 2016, Convergència (ahora Junts) presidía el gobierno de la principal institución del país y las cuatro diputaciones catalanas. Ahora, solo preside la Diputación de Girona y el ayuntamiento más importante en el que gobierna es el de Sant Cugat, duodécimo municipio con más habitantes de Catalunya. Cuando fue elegido presidente de la Generalitat, por designación de Artur Mas y posterior votación en el Parlament, Convergència tenía ocho diputados en Madrid (los mismos que el PSC) y seis senadores (el PSC, jefe). Ahora tiene siete diputados (cierto que decisivos, aunque solo sirvan para aprobar la ley de amnistía) y un senador, mientras que el PSC tiene 19 diputados y 12 senadores. Sólo le quedan los consejos comarcales, esos entes que creó Jordi Pujol como oficinas de colocación y para tener más control territorial.

No sé quién se ha acercado más a quién, probablemente ambos, pero hace ya tiempo que las diferencias entre Junts y la CUP son imperceptibles, basta con leer y escuchar lo que dicen dos de los principales representantes 'cupaires', Lluc Salellas y Laia Estrada, coinciden siempre con Puigdemont. Junts y CUP se han convertido en dos partidos ultranacionalistas y populistas. En Girona, después de un año de gobierno 'cupaire', la principal campaña de promoción de la ciudad no la ha hecho ni el alcalde, ni el ayuntamiento, la ha hecho el 'Financial Times' con un reportaje con el ciclista David Millar, que no ha merecido ningún comentario elogioso de Salellas. Junts y la CUP están por otras cosas. Por eso, una de las cosas que más me cuesta entender es que aún queden tantos empresarios, algunos con la cabeza bien ordenada, que le den un apoyo inquebrantable.

Y eso que, incluso en los colectivos más fanatizados, a veces aparece alguien que pone algo de sentido común. Joel Joan, nacionalista de piedra picada que en las últimas elecciones catalanas formó parte de la histriónica lista de Alhora con Jordi Graupera y Clara Ponsatí, ha lanzado una reflexión a los independentistas sobre la presencia relámpago de Carles Puigdemont en Barcelona: «Cierto que Krls (Puigdemont) ha humillado a la poli de España y sus Mossos. Pero de lo que ha servido no lo tengo tan claro. ¿Puedo decirlo sin que se me insulte o es pedir demasiado?». El primero que ha admitido que fue un resbalón, aunque nunca lo reconocerá en público, es el propio Puigdemont. Basta con ver la ingente cantidad de tuits, vídeos incluidos, que ha publicado desde ese día intentando justificar lo injustificable. Y, si la cara es el espejo del alma, basta con observar la suya cuando el día de la investidura de Salvador Illa caminaba por una calle de Barcelona, acompañado de Turull, Boye, un mosso y un bombero. Esa cara no es la de una persona victoriosa, dispuesta a hacer una heroicidad. Es la de una persona hundida, demacrada, que ve que nada le sale bien, ni la ley de amnistía.

Puigdemont ha quedado tocado. Basta con leer sus últimos escritos en la red X (antes Twitter) para comprobar cómo desbarra. El pasado martes decía que «hace quinientos años teníamos herramientas y recursos en nuestras manos que permitían resolver problemas. Quinientos años después, el centralismo sobre el que se edificó la España borbónica nos priva» (¿de verdad prefiere la vida de cinco siglos atrás?) o cuando un par de días después de haber contado con el apoyo de Mossos d'Esquadra patrióticos para escapar del parque de la Ciutadella escribía con toda la hipocresía del mundo que «a los Mossos no se les debe pedir lealtades a ideas y narrativas políticas. Esto lo hacen los españoles con su Policía y Guardia Civil».

En otras circunstancias, Junts, o cualquier partido, ya habría cambiado de líder después de haber perdido 'bous i esquelles'. Veremos qué decidirán en el congreso que celebrarán a finales de octubre, pero a Catalunya le convendría que saliera un partido que hiciera una oposición seria y responsable, no el populismo trumpista de los últimos tiempos.