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Igualdad
Ester Oliveras

Ester Oliveras

Economista. Profesora en la Universitat Pompeu Fabra (UPF).

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De los síndromes de las mujeres

Cuando ellas también empezaron a trabajar fuera de casa, el síndrome de la Mujer Maravilla no fue acompañado de un reparto de los trabajos no remunerados. Y, en pleno siglo XXI, continúa desequilibrado

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Si algo nos sobra a las mujeres son etiquetas. A continuación, una enumeración de los síndromes que parece que podemos sufrir y que también, en cierto modo, son un reflejo de la evolución histórica de la mujer en el mercado laboral. Hagamos un repaso:

El primero es el síndrome de la Mujer Maravilla que hace alusión a la heroína 'Superwoman', un personaje de cómic. Este síndrome aparece durante los ochenta, cuando la mujer se incorpora masivamente en el mundo laboral. Hasta entonces, la ocupación principal de muchas mujeres había sido el cuidado del hogar y de los hijos. Este síndrome se utiliza para describir a una mujer que puede con todo: el trabajo fuera de casa y el de dentro. Y que encima tiene tiempo para cuidarse, para los amigos y para la pareja. Se la describe como una persona perfeccionista, que no sabe delegar porque ella lo hace mejor y más rápido. Pero por dentro vive con ansiedad, agotada física y emocionalmente; y, de vez en cuando, sufre desmoronamientos emocionales que no saben de dónde salen.

Más tarde, cuando algunas mujeres empezaron a llegar a cargos de responsabilidad, se populariza el síndrome de la Abeja Reina. Eran las primeras, pioneras, y algunas prefirieron continuar rodeadas de hombres, calificando otras mujeres como incompetentes o como rivales. El ejemplo por excelencia fue Margaret Tatcher, la dama de hierro. Primera ministra británica entre el 1979 y el 1990, y sin ninguna mujer en su gabinete.

Los últimos años ha aparecido el síndrome de la impostora. Recoge la sensación de una mujer de sentirse un fraude. Ella misma considera que la suerte ha tenido un papel importante a la hora de conseguir la posición profesional que tiene. Y vive con el miedo que, tarde o temprano, alguien se dará cuenta de su incompetencia o carencia de conocimiento y acabará ridiculizada ante sus colegas. Relacionado con este, está el síndrome Maripili, que fue acuñado por la periodista Carme Garcia Ribas. Se describe como mujeres que quieren complacer, esforzándose para gustar, ser queridas o necesitadas. Las mujeres con este síndrome suelen hacer comentarios de autodevaluación, no otorgando valor a sus tareas profesionales.

Últimamente, ha salido el síndrome de la Tiara, para describir aquella mujer que trabaja mucho, de manera discreta, pero secretamente esperando que sus superiores se den cuenta y acaben valorando su trabajo, ofreciéndole más sueldo o una promoción. De manera metafórica, poniéndole una tiara que la corone. Y, está claro, esto no pasa. La persona que promociona ha hecho su trabajo bien, pero también ha pasado tiempo visibilizándose, haciendo 'networking', y asegurándose de que el entorno próximo sabe cómo le gustaría progresar. De hecho, para las mujeres, ser demasiado buenas en un determinado trabajo es la garantía de que se quedarán durante mucho tiempo.

Sin duda, todos estos síndromes pueden ser rasgos del carácter con los que las mujeres nos identificamos. ¿Nos ayuda ponerle nombre? Por un lado, creo que sí. Tener un diagnóstico tranquiliza y, si tiene nombre, quiere decir que hay suficientes mujeres afectadas como para bautizarlo. Puede permitir darse cuenta, y tomar medidas correctoras. Pero en cierto modo, identificar los síndromes es continuar responsabilizando las mujeres de no saber hacerlo mejor y hay que poner de relevo el papel que ha tenido una sociedad organizada con valores patriarcales en la aparición de estos síndromes.

Por ejemplo, cuando la mujer empezó también a trabajar fuera de casa, el síndrome de la Mujer Maravilla no fue acompañado de un reparto de los trabajos no remunerados. Y, en pleno siglo XXI, continúa desequilibrado. Por suerte, han aparecido nuevos conceptos como “la doble jornada laboral” o “la doble carga mental” que ilustran mejor lo qué se los pasa a las mujeres. También, iniciativas como el “club de las malas madres” miran de contrarrestar exigencias sociales, que recaen sobre las mujeres, y que no tenemos por qué asumir.

Habrá que continuar trabajando para poner contexto. Contra el síndrome de la Impostora, propongo que los hombres que sufren el síndrome del impostor (que también hay) se identifiquen. Contrarrestar el síndrome de la Tiara, con aquel que impulsa a hinchar los propios logros con la creación del síndrome del Pavo real. Para las Abejas reinas no nos tenemos que preocupar, porque ya están en extinción. Igual que el Síndrome Maripili: cuando te dejan de decir “niña” o “xata” y se nos trata como adultas, no hay ninguna necesidad de complacer.

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