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Care Santos

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Moscas

No me extraña, visto lo visto, que algunos quieran exterminarlas, mayormente en verano

Primer planto de una mosca sobre piel humana.

Primer planto de una mosca sobre piel humana.

Me caen bien las moscas. Creo que me influye Antonio Machado: «Vosotras, las familiares, inevitables, golosas / (…) vosotras, amigas viejas, me evocáis todas las cosas». Desde luego, no hay bicho más familiar que la mosca. Ni más testigo mudo de nuestra vida. Aunque lo sea solo durante veintiocho días, porque eso es lo que dura de promedio la suya, la de una mosca doméstica macho y con suerte (es decir, alimentada y sin peligros). Así que para ser en verdad testigos de nuestras vidas, haría falta un linaje completo de moscas. Algo que se consigue en poco tiempo, por cierto. Las hembras pueden poner seiscientos huevos por vez, y a las veinticuatro horas nacen las larvas, que en tres días serán moscas. 600 moscas cada tres días no parece mal promedio. Eso significa, si mi aritmética no falla, que de una sola mosca en menos de una semana pueden nacer unas noventa mil. Desde luego, el mundo es de las moscas, como parece que ellas saben bien. Y hablamos solo de la mosca común, en nuestro país hay otras 52 especies, incluidas las inteligentes moscas de la fruta, a las que los científicos veneran y dedican horas de estudio y muchos artículos sesudos. 

No me extraña, visto lo visto, que algunos quieran exterminarlas, mayormente en verano. Ni que existan libros como el que tengo en este momento sobre mi mesa, heredado de la biblioteca de mi padre médico: 'La lucha contra las moscas', del parasitólogo Luis Nájera Angulo. «Médico de Sanidad Nacional», reza la portada donde también aparece el año de publicación: 1947.

He evocado todo esto en este caluroso día al leer que en ciertos municipios gallegos están sufriendo, sea o no afortunada la palabra, una plaga de moscas. Alguna alcaldesa ha salido en defensa de sus vecinos para quejarse. Si bien las moscas no son nocivas para la salud física, lo están siendo para la psíquica, ha dicho, a causa de las molestias que puedan causar. De la interferencia de las moscas en la salud mental no dice nada mi libro de 1947. Me atrevo a decir que el autor no habría estado de acuerdo: en algún lugar llega a afirmar que las moscas son buenas para mantener a los niños entretenidos. Le falta decir que son animalitos simpáticos, pero se nota que le despiertan simpatía. Y vistas al microscopio —hay en el libro algunas imágenes que lo atestiguan— son seres rollizos y peludos que darían el pego como amorosos peluches de feria. La dura protagonista femenina de una novela de Claudia Piñeiro se ufana varias veces diciendo: «Yo no mato moscas». Las moscas, claro está, son otra cosa.

Gracias al libro del doctor Nájera descubro que hay en Galicia muchos topónimos que tienen que ver con las moscas, de lo que intuyo que el asunto no es nuevo: Mosca se llama un pueblo de A Coruña, pero hay muchos más: Moscán (Lugo), Moscoso (Pontevedra), Mosqueiro (Ourense) o mi favorito, Moscas del Páramo, aunque este no se encuentre en Galicia sino en León. 

Así que me ha extrañado mucho leer que muchas moscas juntas pueden ser «una plaga». Creo que en eso los políticos mosqueados exageran. Según el diccionario, una plaga es un conjunto de seres de la misma especie «que causa graves daños a animales y vegetales». Las moscas, desde luego, no causan «graves daños». Molestan, eso sí, pero no del mismo modo a todo el mundo. A algunos les acompañan, como a Machado. Por comparación, siempre salen ganando. «Si a les fosques / ja no piquen les mosques / hi ha mosquits / que treballen de nits», diferencia el poeta catalán Pere Quart.

Así que tranquilidad y convivencia. Mientras haya verano, habrá moscas. Hay vecinos más pesados que ellas. 

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