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Oriente próximo
Ignacio Álvarez-Ossorio

Ignacio Álvarez-Ossorio

Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid.

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Israel-Hezbolá: ¿un choque inevitable?

Aunque los tambores de guerra resuenen una vez más en la región, lo cierto es que en el pasado Israel y Líbano han demostrado que pueden ponerse de acuerdo si la situación lo requiere.

Miembros y apoyos de Hezbolá respaldan a Palestina

Miembros y apoyos de Hezbolá respaldan a Palestina

Nadie parece dudar de que el choque entre Israel y Hezbolá se producirá tarde o temprano. La principal incógnita por despejar es cuándo tendrá lugar y cuán intenso será. La muerte de doce niños drusos tras el lanzamiento de un misil contra la localidad de Majdal Al Shams, en el Golán sirio ocupado por Israel desde 1967, ha hecho que esta opción gane cada vez más enteros. Ahora queda por saber si dicha represalia será limitada o, por el contrario, desencadenará un choque frontal entre el ejército israelí y las milicias chiíes libanesas.

Desde el ataque del 7 de octubre, Israel y Hezbolá vienen jugando al gato y el ratón en la zona fronteriza con el propósito de reafirmar su capacidad de disuasión mutua. Si bien es cierto que el intercambio de fuego entre ambos se ha mantenido por debajo del umbral de una guerra, nada garantiza ahora que un error de cálculo pueda derivar en una confrontación a gran escala. Por el momento, más de 500 personas han perdido la vida en Líbano y más de medio centenar en Israel. Además, 200.000 personas se han visto obligados a abandonar sus hogares a ambos lados de la frontera. 

La principal esperanza para evitar un choque frontal es que ambos actores tienen mucho más que perder que ganar. Un primer elemento a tener en cuenta es que Hezbolá no es Hamás. La milicia chií es uno de los integrantes del denominado Eje de la Resistencia y el principal aliado regional del régimen iraní que, a pesar de sus crecientes dificultades económicas, le sigue proporcionando armamento. Se calcula que, en la actualidad, dispone de unos 150.000 misiles que podrían alcanzar el conjunto del territorio israelí y saturar su sistema de defensa antiaérea Cúpula de Hierro. Su experiencia de combate ha sido abiertamente contrastada tanto en el enfrentamiento protagonizado contra las fuerzas militares israelís en el verano de 2006 como en el conflicto sirio en defensa del régimen asadista a partir de 2011. 

A pesar de ello, Hezbolá no está en condiciones de librar una guerra frontal con Israel, la principal potencia militar de Oriente Próximo que, además, cuenta con el respaldo incondicional de Estados Unidos y el mundo occidental. De hecho, el presidente Joe Biden ha dejado claro que, en caso del estallido de una guerra, acudiría en ayuda de Israel mediante el envío de armamento. En el gobierno radical israelí hay sectores que, claramente, apuestan por el escenario de ‘cuanto peor, mejor’ y la apertura de un nuevo frente es contemplada como la ocasión, tanto tiempo deseada, para extender el conflicto por el conjunto de la región y dar un golpe de gracia a un estrecho aliado del régimen iraní como es Hezbolá.

En los últimos meses, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, ha amenazado con devolver al Líbano a la Edad de Piedra. Por su parte, Benny Gantz, exjefe del Estado Mayor y uno de los miembros del anterior gabinete de guerra, advirtió que Israel puede “hacer que el Líbano quede completamente a oscuras y desmontar el poder de Hezbolá en días”. A pesar de estas bravatas, el estamento militar israelí es plenamente consciente que las milicias chiís son un enemigo mucho más poderoso que Hamás y que un choque frontal podría también involucrar a Irán y al resto de integrantes del Eje de la Resistencia.

La prioridad absoluta de Israel es que Hezbolá deje de representar una amenaza para el norte del país y que los 100.000 evacuados puedan retornar a sus hogares. Para ello es imprescindible que las milicias chiís libanesas se retiren más allá del río Litani y que se establezca una zona desmilitarizada bajo supervisión de los cascos azules de la ONU desplegados en el país. Eso es precisamente lo que demandaba la resolución 1701 del Consejo de Seguridad que puso fin a la devastadora guerra de 2006 y que nunca ha llegado a aplicarse por completo. 

Aunque los tambores de guerra resuenen una vez más en la región, lo cierto es que en el pasado Israel y Líbano han demostrado que pueden ponerse de acuerdo si la situación lo requiere. Eso es lo que ocurrió hace dos años, cuando ambos países alcanzaron un compromiso, con la mediación de Washington, en torno a la delimitación de sus fronteras marítimas para poder explotar sus respectivos yacimientos gasísticos en el Mediterráneo. 

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