Opinión | Verdiales

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Periodista y escritora

Vacacionar

Aspiro a renunciar, durante unas semanas, a la dureza de la realidad para inventar otra de la que, desde la ficción, poder seguir dejando constancia

El horizonte del mar Cantábrico.

El horizonte del mar Cantábrico. / I. M. R.

Dice Maruja Torres, de la que ahora estoy leyendo 'Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo', libro que se publicará el 4 de septiembre y del que nada más que eso puedo decir, pues estoy sometida a embargo –en el mundo editorial es el equivalente al secreto de confesión–, que le gusta inventarse palabras. Pero a mí, que me pirra escucharla –su estilo es pura narración, habla mientras escribe y lo hace tan bien que hasta parece fácil–, me cuesta saltarme las normas; todas, también las que dicta la RAE, por mucho que sea una institución cada vez más arcaica y menos esplendorosa.

De ahí la alegría que experimenté cuando hace unos días busqué, con el tiento del que teme errar en algo crucial, el verbo 'vacacionar' en el Diccionario y di con él. Ahí estaba, incólume a las decisiones académicas, con una única acepción, precedida de la localización geográfica de su uso, mayoritariamente en Argentina, Chile, México, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela: “Pasar las vacaciones en un lugar”. Comprobé la existencia de esa palabra con el único propósito de seguir empleándola con la conciencia gramatical tranquila, puesto que ya la había usado antes en conversaciones informales y me preocupaba haber incurrido en tamaño error, puro divertimento para Maruja.

Luego, a medida que fui pasando las hojas del mencionado libro, del que me aventuraré a asegurar, aun a riesgo de severo castigo, que doy gracias a las diosas porque su autora haya vivido para contarlo, fui dándome cuenta de la rigidez, absurda, que domina mis planteamientos lingüísticos y, por lo tanto, vitales. Y pensé, entonces, que no hay mejor estación del año que el verano ni tiempo más adecuado que las vacaciones para intentar liberarme de esa rigidez y dejarme llevar por la corriente del gozo, como ese hermoso poema de Robert Frost, 'Arroyo hacia el oeste': “Debe de ser que el arroyo / confía en ser capaz de llevar la contraria / igual que yo contigo –y tú conmigo”.

Juicio

No es tarea fácil. Vivo sometida a mi propio e implacable juicio, que casi siempre deviene en perjuicio para el juzgado. Parece un trabalenguas, como los 'tres tristes tigres' con los que Guillermo Cabrera Infante ganó el Premio Biblioteca Breve y en los que Neige Sinno se inspiró para titular el extraordinario libro en el que narra los abusos sexuales a los que su padrastro la sometió durante años.

Me estoy yendo de nuevo por las ramas de la seriedad, y no quería. 'Gozo', es eso lo que busco, sin necesidad de tener que ir, para encontrarlo, a la isla de Malta a la que la protagonista de la preciosa novela homónima de Azahara Alonso escapó para abrazar una idea de opulencia que no esté determinada por el trabajo, sino por el deleite de estar vivo, que es lo que Maruja hace, y luego lo escribe.

A eso pretendo dedicarme mientras vacacione en 'el mismo mar de todos los veranos'. Otra frase robada, o tomada prestada, mejor. No puedo ni quiero evitarlo. La literatura me persigue porque me construye y me explica. Leo, luego existo. Aunque los colores del Cantábrico, su luz, su reflejo en los ojos de quienes en él nos buscamos, sus atardeceres fríos y postergados y su brisa de rebequita en nada se parezcan a los del Mediterráneo en el que Esther Tusquets fue tan feliz como sus personajes. Yo también lo seré. Prometo intentarlo, al menos. Aspiro a renunciar, durante unas semanas, a la dureza de la realidad para inventar otra de la que, desde la ficción, poder seguir dejando constancia. Pues, como Jane Lazarre, “nunca acabo de creer que he entendido algo hasta que no lo escribo”. Ni siquiera en vacaciones.