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Desperfectos
Valentí Puig

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Escritor y periodista.

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La bala de Trump

Después de ser tiroteado, el expresidente de los EEUU habló de concordia y, a continuación, fichó para la vicepresidencia al senador J. D. Vance

El expresidente estadounidense Donald Trump

El expresidente estadounidense Donald Trump / Europa Press/Contacto/Annabelle Gordon

La bala que rozó la oreja derecha de Donald Trump ha mutado la campaña electoral, con un candidato republicano que vio pasar la muerte y un presidente Biden al que se le busca sustituto. Días antes, en el debate ante las cámaras, por una vez Trump no insultó a Biden ni recurrió al desdén grosero. Contuvo la gesticulación, fue condescendiente. Quizás recurra al mismo asesor para su discurso de aceptación en la convención republicana, pero sus excesos están en la memoria de todos: si los refrena, los trumpistas con camiseta sin mangas talla extra no lo entenderán y los votantes independientes no le van a creer, aunque puede ganar. De seguir así la ciudadanía europea tendrá que pagar la OTAN de su bolsillo. Putin sonreirá y China ya sabe lo que puede pasar en la convención.

Quien disparó esa bala fue Matthew Crooks, un joven retraído. Jugaba al ajedrez e iba a un campo de tiro con un rifle semiautomático. Quizás confundió los videojuegos con realidad. Son personajes que surgen de la fragilidad y la nada, mientras la vecindad pasea el perro o consume opiáceos. El muchacho que intentó asesinar a Reagan quería impresionar a Jode Foster. Hay un mundo solitario y sin vínculos que enloquece cada día, dispuesto a todo. 

Después de ser tiroteado, Donald Trump habló de concordia y, a continuación, fichó para la vicepresidencia al senador J. D. Vance. Vance, con 39 años, tuvo una infancia dura y menesterosa–la contó en un libro superventas, muy interesante-, fue 'marine', pasó por la universidad de Yale y triunfó como inversor. Después de haber dicho que Trump era un Hitler norteamericano, se postuló como aislacionista y fue senador trumpista por Ohio. Es la versión rocosa del sueño americano, adverso a las élites del Este, hostil a la vieja Europa. Si Trump ha pretendido contenerse, con Vance consuma su “okupación” del partido republicano. 

Ya se sabe que los vicepresidentes de los Estados Unidos raras veces cuentan para algo. El primero fue John Adams y confesó a su familia que ese era el cargo más insignificante que la imaginación humana hubiera concebido. A tenor de sus giros, Vance pudiera ser el encargado por Trump para ir a Bruselas y besar la moqueta del Parlamento Europeo. Es altamente improbable, pero del novísimo Trump no puede descartarse ningún disfraz. 

Por mucho que se hable de la violencia política norteamericana, ningún país, ni la pacifista Suecia, está exento del asesinato político. Recientemente, fue asesinado el primer ministro japonés Shinzo Abe. En España los anarquistas asesinaron a Cánovas, Canalejas o Dato. No se sabe quién mató a Prim. Con la democracia, ETA mató más que nunca. En la Sagrada Familia, Gaudí alude al obrero tentado por el poder destructor de la bomba Orsini, como la que fracturó el sueño burgués en el atentado del Liceo. 

No sería el primer aislacionista feroz que vuelve flexible. Con el 'ticket' trumpista se verá pronto porque es difícil que Trump contenga sus impulsos expresivos hasta el mes de noviembre. Sigue la falta de certezas sobre el 'ticket' demócrata.

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