Opinión | Feminicidios

Carol Álvarez

Carol Álvarez

Subdirectora de El Periódico

Una carrera de fondo para proteger a las mujeres

 La mujer como saco de boxeo donde descargar frustraciones, la mujer cosificada, un objeto deshumanizado: corregir los altos índices de maltratos pasa de forma imprescindible por atacar la subcultura machista

Vecinos de Salou, en el minuto de silencio por el asesinato de una mujer de 84 años.

Vecinos de Salou, en el minuto de silencio por el asesinato de una mujer de 84 años. / ACN

La llamada a un teléfono de asistencia o de denuncia, como el que tiene activo la policía para la lucha contra la esclavitud sexual, ha ayudado a desarticular en poco tiempo una red organizada que explotó a más de 500 mujeres en los últimos años en Málaga. Fueron un puñado de llamadas las que dieron con información clave para poder rescatar a decenas de víctimas y para poner fin al negocio vejatorio que se desarrollaba entre cuatro paredes de numerosos pisos y locales de la ciudad. 

   Es ya un hecho contrastado que los teléfonos de asistencia son una herramienta indispensable para romper el aislamiento y el silencio de conductas que implican maltrato y que tienen a la mujer como principal diana del abuso.

   En violencia de género también es esencial esa mano tendida en la que se ha convertido el teléfono de denuncias, el 900 900 120: La dirección de lucha contra las violencias ha triplicado su presupuesto, de 17 a 42 millones de euros, y buena parte de esos recursos están destinados a ampliar los servicios que ofrecen a partir de ese primer contacto teléfono.

   Y aún así, los asesinatos siguen ahí, en un goteo constante. Hay mucho de impotencia en el recuento habitual de mujeres maltratadas y asesinadas a manos de hombres que fueron parejas, que conocieron de forma íntima, que compartieron una vida e ilusiones. Las discusiones y desencuentros en una relación pueden ser una etapa más, pero nunca debería salirse de unos cauces de civilidad. Cinco mujeres han sido asesinadas en tres días y no hay patrón alguno que dé claves para entender el fenómeno, ni su edad ni su condición económica o geográfica, ni su pasado con denuncias previas o separación. Lo único que las une es su género:el concepto de feminicidio cobra más fuerza que nunca cuando se analizan las estadísticas.

  Una sentencia reciente de la Audiencia de Barcelona ante un brutal de caso de agresión sexual a una adolescente en Igualada fue especialmente dura al imponer la condena, que elevó a 35 años de prisión, por entender que en el caso se daba la circunstancia agravante de que la víctima era mujer. Hasta 11 sentencias del Tribunal Supremo ya han agravado condenas con este razonamiento, que «amplía la protección de los derechos de las mujeres frente a la criminalidad basada en razones de género», justifica la Audiencia, y que pretenden castigar de forma ejemplar las manifestaciones «específicamente lesivas de violencia y de desigualdad y dominación del hombre sobre la mujer». También recrimina el tribunal las connotaciones de «subcultura machista que vulneran la paridad» y que planean sobre los malos tratos. 

   La mujer como saco de boxeo donde descargar frustraciones, la mujer cosificada, un objeto deshumanizado: corregir los altos índices de maltratos pasa de forma imprescindible por atacar esa subcultura machista, cambiar el eje de las relaciones y reforzar el respeto a la autonomía personal y la identidad de los demás. Y eso es una carrera de fondo que por muy pioneros que seamos, con una ley con 20 años de historia, atraviesa ahora por ahora la peor cuesta.

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