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Héroes futbolísticos
Olga Ruiz

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Periodista

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Yamal no es Dios

Si no fuera futbolista, si siguiera peloteando en la plazoleta de Rocafonda, su barrio de Mataró, le costaría deshacerse de la etiqueta que conlleva su aspecto físico y su clase social

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Lamine Yamal celebrando su gol ante Francia

Lamine Yamal celebrando su gol ante Francia / EFE

Lamine Yamal no es Dios, es un chaval negro de diecisiete años nacido en Catalunya, un jovencísimo futbolista español. Quitarle la pátina de divinidad es, en este caso, necesario. Yamal no es una creencia, ni un acto de fe, es una realidad aplastante e incómoda para aquellos que se niegan a aceptar la cantidad de españas que caben dentro de la España que representa la Selección.

Deshumanizar a los jóvenes racializados es el recurso más utilizado por la derecha más rancia de este país para excluirlos, criminalizarlos y negarles cualquier oportunidad. Convertir al joven futbolista de la selección en un nuevo Dios es elevar a categoría de milagro o de rareza lo que este chico -precisamente este chico- está consiguiendo dentro y fuera del terreno de juego.

Yamal tampoco es migrante ni MENA, pero si no fuera futbolista, si no estuviera deslumbrando con su fútbol y su osadía en el campo, si siguiera peloteando en la plazoleta de Rocafonda, su barrio de Mataró, le costaría deshacerse de la etiqueta que conlleva su aspecto físico y su clase social.

Porque el racismo va de eso. De etiquetar, de presuponer, de sentenciar.

Y ahora resulta que, de entre todas las etiquetas posibles, la que mejor le queda a este joven futbolista es la de referente.

Todos quieren ser Yamal. Y claro, a algunos les escuece por encima de sus posibilidades. El portavoz de Vox en Andalucía, Manuel Gavira, se apresuraba a afirmar sobre el gol del joven que nos ha dado el pasaporte a la final que “Si no lo hubiera marcado él, lo habría marcado otro”. Ya, pero resulta que lo ha marcado él y España ha enloquecido con el joven.

Eso sí que es ganar un partido, independientemente de lo que pase en el Olympiastadion de Berlín el domingo.

Lamine Yamal ha devuelto los sueños a miles de jóvenes que, más allá de su origen, el color de su piel o el pedigrí del barrio en el que residen necesitan creer en alguien normal que hace cosas extraordinarias.

Creen en él porque no es Dios, es solo un chaval de 17 años que juega al fútbol.

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