Migrantes
Andreu Claret

Andreu Claret

Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO

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El fantasma del gran reemplazo

Lo que cuenta es la percepción. Si esta no se ataja, contaminará todo lo demás y resultará imposible desplegar políticas integrales de gestión de las migraciones y de la diversidad

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Migrantes atendidos en el puerto de Santa Cruz de Tenerife tras ser rescatado por un crucero en aguas cercanas a El Hierro

Migrantes atendidos en el puerto de Santa Cruz de Tenerife tras ser rescatado por un crucero en aguas cercanas a El Hierro / 112 CANARIAS

Un fantasma recorre Europa y tiene nombre: el gran reemplazo. La sustitución de la cultura judeocristiana por la musulmana. Lo que parecía un gancho para una novela de Houellebecq ha calado en millones de europeos, que asocian este supuesto peligro a la inmigración. ¿Cómo se responde a semejante falsedad y a la incertidumbre que provoca? Desde luego, no basta con el buenismo característico de la cultura progresista. Ni con la denuncia de la islamofobia, necesaria pero insuficiente. Tampoco basta con negar la trola en la que está levantada la bobada del gran reemplazo: los musulmanes son menos del 6% de la población europea. ¿Qué más da? En el mundo de hoy, no basta con desmentir mentiras. Hay que atender a las percepciones, porque estas acaban formando parte de la realidad. Por ejemplo, aupando a la extrema derecha al poder. La respuesta está en una política migratoria integral, eficiente, europea, basada en hechos y derechos, en necesidades y valores. Es uno de los grandes retos de la UE. Para la democracia, es cuestión de vida o muerte. Tres sugerencias, al respecto:

Gestionar las migraciones. Los movimientos humanos son consustanciales a los humanos. Son el resultado de dos necesidades –la falta de trabajo y seguridad de unos, y la penuria en mano de obra, de otros–, así como del despliegue de un derecho universal: la libertad de movimiento. Este es el fundamento del Pacto de Migración y Asilo recientemente aprobado por la Unión Europea. Cuando coinciden las necesidades, miel sobre hojuelas. Cuando no ocurre, los migrantes son abocados a la marginalidad, con todo lo que ello conlleva. Evitarlo es cuestión de gestión, y de funcionamiento del Estado del bienestar en épocas de crisis. Tiene que ver con la capacidad de administraciones y empresarios para anticipar necesidades. No existe el emigrante que no quiera trabajar. Es un decir, siempre lo habrá, pero son muchos más los jóvenes europeos de toda la vida que hoy rechazan muchos puestos de trabajo. En resumen: la Declaración Universal de Derechos Humanos no basta para responder a la demagogia. Hace falta anticipación y gestión.

Gestionar la diversidad. Es un tema complejo, porque todo humano tiende a ver los cambios como una amenaza a su existencia. La diversidad enriquece a toda sociedad, pero también necesita ser gestionada. También genera conflictos, no seamos ingenuos. Puede acabar mal si no se respetan los derechos humanos. Hace falta información, pedagogía, y lo necesario para que integración no sea una palabra hueca: trabajo, vivienda, escuela, sanidad y oportunidades. Los males pueden ser superiores a los beneficios si no se respetan las leyes. Las que obligan a tratar al otro como un igual y las que nos llaman a todos, también a los inmigrantes, a asumir los valores de la Unión Europea. Pueden parecer principios abstractos. Aplíquense a la construcción de una mezquita, al sempiterno debate sobre el velo musulmán, el turbante de un sij o a la kipá de un judío observante, o la observancia del Ramadán, y verán lo mucho que dan de sí. Lo que no es tolerable, en nombre de un supuesto relativismo cultural, es todo aquello que margina a un ser humano, humilla a una mujer, o discrimina a un hombre por su condición. Todo lo demás es negociable, gestionable. Es cuestión de recursos, formación, diálogo y firmeza en los principios.

Garantizar la seguridad. La extrema derecha ha asociado inmigración con delincuencia. No es suficiente con repudiar esta asociación por torticera y racista. Hay que aceptar el reto y combatir la inseguridad en todos los ámbitos. Con políticas de prevención social, por supuesto, pero con firmeza contra todo el que delinque. No se trata de actuar contra los inmigrantes, sino contra todos los delincuentes, los nacionales de toda la vida y los que acaban de llegar. Los policías deben estar formados en el manejo de sociedades complejas para poder perseguir el crimen. También, por supuesto, para desterrar toda radicalización y el terrorismo. Puede que el temor de muchos sea exagerado, pero lo que cuenta, una vez más, es la percepción. Si esta no se ataja, contaminará todo lo demás y resultará imposible desplegar políticas integrales de gestión de las migraciones y de la diversidad.

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