Opinión | Limón & vinagre

Alfonso González Jerez

La doble carrera de Margarita Robles

Lleva treinta años entre los tribunales y la política y jamás ha perdido comba 

La ministra de Defensa, Margarita Robles.

La ministra de Defensa, Margarita Robles.

Margarita Robles lleva 30 años entre los tribunales y la política y jamás ha perdido comba. Gracias a la laxitud de la normativa española al respecto Robles, nacida en León en 1956, ha podido salir de la carrera judicial para participar en la política activa para luego volver a la administración de justicia y, después de unos años, regresar a los cargos públicos, siempre de la mano del PSOE, partido en el que jamás ha militado. Cuando Pedro Sánchez la nombró ministra en junio de 2018 fue descrita como un referente del sector tecnocrático-conservador del nuevo gabinete, junto a Nadia Calviño, ministra de Economía; Pedro Duque, ministro de Ciencia e Innovación; y Fernando Grande-Marlaska, ministro de Justicia. Era una época más ingenua en la que muchos se tragaban semejante clasificación. Terminaríamos viendo a Nadia Calviño mitineando roja de entusiasmo, Grande Marlaska defendiendo las derivaciones en caliente de los migrantes en el Estrecho y a Margarita Robles combinando las loas al Ejército con los ataques al PP, que todo es alimento. Aun así sigue siendo, sin duda, la ministra retórica e ideológicamente más discreta. Y una de las que más valora el presidente Sánchez.

Con un expediente académico cuajado de sobresalientes y matrículas de honor Margarita Robles ganó las oposiciones a juez con el número uno de su promoción en 1981. En ese momento solo existían tres juezas en toda España. A los 34 años ya fue presidenta de la Audiencia Provincial de Barcelona. Empezó en política en los oscuros años finales del felipismo. En la chifladura declinante de entonces a Felipe González no se le ocurrió otra cosa que fusionar los ministerios de Justicia e Interior y poner a un juez al frente de tal atrocidad, Juan Alberto Belloch, cuyo aspecto vampírico acentuaba una infinita ambición. A Robles le ofrecieron el cargo de subsecretaria de Justicia en semejante tesitura y aceptó. Y debió hacerlo muy bien porque el biministro la propuso diez meses después como secretaria de Estado de Interior. Robles se creyó o fingió creerse el relato de la regeneración democrática del moribundo gobierno e impulsó la investigación del secuestro y asesinato de José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala. El caballeroso José Luis Corcuera llegó a afirmar que le hubiera dado dos hostias a la secretaria de Estado "si no fuera una señora".

En 1996 regresó a la judicatura y recomenzó una carrera brillante: jueza de lo Contencioso Administrativo de la Audiencia Nacional, magistrada del Tribunal Supremo, vocal del Consejo General del Poder Judicial. Sin embargo aprovechó la primera ocasión para meterse de nuevo en política: diputada por Madrid en las elecciones de 2016. Después de tantas idas y venidas Robles había desarrollado el cuajo suficiente para solicitar en su excedencia que le guardaran la plaza en el Tribunal Supremo. Se lo negaron. En cambio, se ganó el aprecio de Sánchez al ser uno de los 15 diputados socialistas que votaron que no a la investidura de Mariano Rajoy. Cuando Sánchez recuperó la secretaria general del PSOE la designó portavoz del grupo socialista en el Congreso de los Diputados y, por fin, al llegar al poder, ministra.

Al contrario que su compañero Grande-Marlaska, que tiene una imagen entre mala y pésima, Margarita Robles ha merecido un respeto invariable por todos los jefes militares que han trabajado bajo su mando en los últimos seis años. Ha remozado operativamente el ministerio pero, sobre todo, ha impulsado programas de renovación armamentística y tecnológica y aumentando la venta de armas y municiones para Latinoamérica y Europa del Este. Ha moderado sus iniciales peroratas patrióticas y sabe guardar silencio absoluto cuando su presidente lo necesita. Hace una semana el Gobierno dejó solo al Rey Felipe en una visita oficial a las repúblicas bálticas. Asombrosamente no lo acompañó ningún ministro. Tampoco Robles, que sin embargo se incorporó el último día del viaje a la comitiva real. Parece una grosería, pero es una desidiosa imprudencia política y protocolaria. Por supuesto, Robles, en posición de firmes, ha cumplido con el deber de no dar ninguna explicación del desaguisado.  

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