Limón & Vinagre
Josep Maria Fonalleras
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Joe Biden: la frontera entre la senilidad y la decrepitud

Tras el debate electoral, parece complicado mantener la Ilusión de un presidente con esporádicas lagunas

Pánico en el Partido Demócrata ante la debacle de Biden en su debate con Trump

¿Qué le pasa a Joe Biden? El último y preocupante ‘lapsus’ durante un concierto

El primer cara a cara entre Biden y Trump

El primer cara a cara entre Biden y Trump / Marco Bello / REUTERS

En septiembre del año pasado, Donald Trump protagonizó uno de los episodios más lamentables de su trayectoria. Escarneció a Joe Biden desde la soberbia de quien exhibe un (presunto) vigoroso estado de forma, haciendo burla de la condición decrépita, a su juicio, del oponente demócrata. Uno de los grandes temas que se discuten y se discutirán desde ahora y hasta el mes de noviembre (o tal vez antes, tal y como van las cosas) es el estado de salud (mental) de ambos líderes. Ya se vio el jueves pasado, en su primer debate. Biden ha sido capaz de aguantar de pie 90 minutos y no parecía estar drogado, como se había atrevido a insinuar el propio Trump: “Si se mantiene derecho una hora y media es que se ha tomado algo”. Mantuvo el tipo, pero no superó la prueba de resistencia intelectual. Ante el alud de mezquindades, Biden vaciló, se tambaleó, patinó. Mostró una debilidad que en estos momentos ya es evidente y notoria, y no solo fruto de la máquina de propaganda republicana.

La mala fe de Trump en el debate de la CNN fue flagrante, y no solo por los comentarios malévolos, sino por las caras de estupefacción y por las sonrisas ostentosas, por los retos infantiles (¡lo dijo él!) como el del golf. Sin embargo, la actitud de Trump, en algún momento, parecía incluso conmiserativa. Como si dijera: “¿Que no veis que ya no puede?”.

Ese día de septiembre de 2023 fue más sangriento y despiadado. Trump, sarcástico hasta el extremo, dominando la situación, afirmó que, aunque nunca hayas visto un escenario, puedes intuir que hay escaleras a la derecha y a la izquierda. Y que lo que debes hacer, cuando has acabado, es ir hacia una de esas escaleras y bajar. Es entonces cuando imitó a Biden, cuando caminó fingiendo que estaba perdido, cuando se volvió con los brazos extendidos y temblorosos hacia el decorado, mientras la audiencia reía la pretendida gracia. Lo repito: un episodio lamentable que debería poder desacreditar a cualquier candidato en cualquier democracia del mundo. Algunos psiquiatras han hablado del trastorno de personalidad narcisista, "fundamentalmente maligno", de Trump, y han asegurado que una hipotética demencia multiplica los efectos del trastorno. Pero hoy hablamos de Biden.

Es cierto que la inmensa befa de Trump respondía a un acto en el que Biden parecía haber perdido la noción del tiempo y del espacio. Es cierto que, en algunas ocasiones, las apariencias nos han enseñado a un presidente a la deriva. Pero también lo es que en este mundo de verdades sospechosas, de sesgados, oblicuos y maliciosos fragmentos de la realidad, todo puede transformarse (el detalle más inocuo) en una carga de profundidad. Hay ejemplos notorios de tergiversación, como una entrevista de hace años en la que la periodista reclamaba al entrevistado que se despertara mientras, en una pantalla partida, se veía cómo Biden dormitaba. El problema es que en la entrevista no estaba Biden, sino el actor Harry Belafonte, que este sí que dormía la siesta. Un montaje como el de cualquier programa paródico. El más reciente es el de la reunión del G-7, cuando Biden abandona a los dirigentes y parece que se aleja para hablar con el infinito hasta que Giorgia Meloni lo “rescata” para tomar la foto de grupo. En las cadenas conservadoras, se recalcó la ausencia mental de Biden, pero después, si ves toda la grabación, observas que el presidente se dirige no a un fantasma, sino a un paracaidista que acaba de aterrizar, para felicitarlo.

Tras el debate, sin embargo, parece complicado mantener la Ilusión de un Biden con esporádicas lagunas. Más allá de la bazofia partidista, para un observador neutral ya había escenas que hacían pensar en un cierto grado de deterioro: en la Casa Blanca, en la celebración del día en que se conmemora el fin de la esclavitud, todos ríen y siguen el ritmo de una canción mientras que Biden permanece estático, como una estatua, con los brazos inertes y sin ningún tipo de movimiento corporal. La flacidez de las extremidades, la ausencia de una musculatura tonificada, esta aparente desconexión del mundo (¡también en el debate!) son síntomas, al menos, de una senectud inestable, las imágenes de un anciano que chochea. Alguien quizá vislumbraba, todavía, la esperanza de que los desequilibrios fueran solo motores y no las señales explícitas de debilitamiento de las capacidades mentales. Pese a dispersas instantáneas de lucidez, el cara a cara con Trump habrá marcado los límites entre la senilidad y la decrepitud.

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