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Josep Maria Fonalleras
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Mala fe y chapuza

La 'falsa bandera' es un arma de doble filo que, si se descubre mientras el incendio todavía humea, deja en evidencia a los descerebrados que la idearon

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El republicano, en el despacho que su hermano Pasqual ocupaba como alcalde de Barcelona, que hoy es el de Jaume Collboni.

El republicano, en el despacho que su hermano Pasqual ocupaba como alcalde de Barcelona, que hoy es el de Jaume Collboni. / Jordi Otix

Con la 'falsa bandera' ocurre algo muy curioso. Solo funciona como tal si no se descubre, si a la 'falsa bandera' no podemos llamarla 'bandera falsa'. Cuando hablamos de una acción de 'falsa bandera', siempre que podamos comentarla como tal, significa que la estrategia ha fallado. Es cierto que habrá servido a los intereses de los impulsores cuando más se aleje el descubrimiento de la trampa del acto en sí, pero la historia no perdona y todo (o casi todo) se acaba sabiendo. Aún discutimos sobre la autoría del incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933, pero es indiscutible que el atentado, en plena campaña electoral, sirvió para consolidar definitivamente el poder de Adolf Hitler y para destruir cualquier intento de oposición. El pobre Marinus van der Lubbe, un holandés acusado de los hechos, fue ejecutado y, de rebote, recibieron palos todos los comunistas y, en general, todos los que no eran nazis. De hecho, también acabaron pagando los miembros de las SA, que determinadas fuentes asociaron con el incendio. Fueron aniquilados por las SS en la noche de los cuchillos largos. Van der Lubbe fue indultado en 2008 (¡2008!), pero antes, en 1967, en un ejercicio de cinismo judicial, un tribunal de Berlín anuló la pena de muerte por una sentencia de ocho años de prisión... treinta y cuatro años después de haber sido guillotinado. En resumen: si Göring no fue el autor intelectual del incendio, poco le faltó y, en cualquier caso, el fuego fue la excusa concluyente para la implantación total del nazismo.

No sabemos todos los ataques de 'falsa bandera' que se han llevado a cabo a lo largo de la historia. No conocemos, por definición, los que se han acabado explicando como acciones del enemigo. Los que lograron, pues, la más absoluta impunidad. Y después tenemos los que alcanzaron los objetivos y de los que no hemos sabido la autoría hasta años después. Desde la invasión de Manchuria a la de Polonia, desde los atentados fracasados de los servicios secretos israelís en Egipto hasta las sospechas de banderas falsas rusas en la Ucrania de nuestros días. O, según proclaman las teorías conspirativas, los aviones contra las Torres Gemelas. Una característica, universal y evidente, de la 'falsa bandera' es que admite todo tipo de suspicacias, desinformaciones y delirios.

Si se destapa el engaño antes de tiempo (antes de haber entrado en los libros de historia, antes de un período prudencial), entonces los responsables quedan completamente retratados. Es lo que acaba de ocurrir (como informa el diario 'Ara') con los autores de la maniobra lamentable de los carteles anti-ERC, a partir de una referencia denigrante a la enfermedad degenerativa de Pasqual Maragall y, por extensión, a la imaginaria enfermedad de su hermano Ernest. Perpetrada por la propia ERC o, al menos, con la aquiescencia de una parte de la cúpula. La 'falsa bandera' es un arma de doble filo que, si se descubre mientras el incendio todavía humea, deja en evidencia a los descerebrados que la idearon. La mala fe notoria es execrable, y más en este caso. Tanto como la torpeza y la chapuza. 

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