Limón & vinagre
Emma Riverola

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Escritora

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Jordan Bardella: la seducción del Golem

Su discurso es duro, pero suavizado por las formas. Como en todas las formaciones de la ultraderecha, la inmigración casa con criminalidad y con pérdida de identidad autóctona

Jordan Bardella, en una foto de archivo

Jordan Bardella, en una foto de archivo / Benoit Tessier

La leyenda cuenta que el rabino Judah Loew Ben Bezalel (1520-1609) se acercó una noche al río Moldava. Recogió un poco de arcilla húmeda de la orilla y, a través de las palabras, insufló vida a la masa creando el Golem. Un gigante al que dotó de un propósito: defender al barrio judío de Praga de los pogromos. Con la palabra ‘Emet’ (‘verdad’ en hebreo) escrita en la frente, la criatura dirigía su extraordinario poder a la protección. Cada noche, el rabino borraba la primera letra de la palabra. ‘Met’ (‘muerte’ en hebreo) retornaba al gigante a su condición inanimada. Al amanecer, la letra volvía a ser escrita. Hasta que una noche, el rabino se olvidó de borrarla. El Golem, henchido de poder, destrozó el barrio judío. El que había sido tomado por un líder protector se transformó en el más cruel de los opresores.

Jordan Bardella es joven, muy joven (Drancy, Francia, 1995), de aspecto cuidado, sonrisa amable y buena oratoria. No se sabe muy bien qué piensa, ni cuáles son sus planes para el país, pero es el rostro que la ultraderecha francesa necesitaba para atraer a los jóvenes y crear una imagen cordial y atractiva. Como apunta 'The New York Times', a Francia le gustan las revoluciones y, en él, ha encontrado “un insurgente apacible e impecablemente vestido”. Bardella puede convertirse en el próximo primer ministro.

Su biografía parece estar escrita (y moldeada) para hacerse un hueco en la Francia que se siente huérfana y ahuyentar el miedo en la que vive arropada. La versión oficial apela a su origen humilde, a su infancia y adolescencia en un barrio conflictivo y a la tabla de salvación que supuso para él la filiación a la Agrupación Nacional (entonces llamada Frente Nacional) de Le Pen cuando solo tenía 17 años. Es cierto que Bardella fue criado por una madre soltera en un barrio con exceso de droga y peligros, pero también que nunca estuvo desamparado de su padre, el dueño de un negocio de distribución de bebidas. Fue él quien le pagó la educación en una escuela católica privada muy popular entre las clases medias. 

Todo en el currículo de Bardella ha sido estudiado y transmitido con minuciosidad. Que abandonara la carrera de Geografía a los pocos meses de empezarla es una muestra de su compromiso total con la política. Su infancia en un barrio humilde, la encarnación de los de abajo. La reivindicación de su madre, un punto para el feminismo. El origen italiano de sus padres, incluida una abuela argelina, un salvoconducto para abonarse al discurso xenófobo sin rubor. Su discurso sigue la línea oficial de su partido: Francia “está hundida por los inmigrantes”. Frente al “islamismo totalitario”, hay que “reconquistar la Francia con valores”. Asegura que Macron ha llevado al país al abismo, ha puesto en riesgo su identidad y su seguridad. También denuncia un enfoque “punitivo” del cambio climático que, asegura, hace la vida inasequible. 

Su discurso es duro, pero suavizado por las formas. Como en todas las formaciones de la ultraderecha, la inmigración casa con criminalidad y con pérdida de identidad autóctona. Poco importa que no haya datos que refuercen el relato. Menos aún que las identidades construidas desde posiciones estancas y sectarias nunca hayan llevado a nada bueno. Pero ¿qué más da? Bardella sonríe y tiene 1,7 millones de seguidores en TikTok. Aseguran que Marine Le Pen supo ver su gran potencial desde muy joven. “Cachorro de león” llegó a llamarlo.

Pascal Humeau, asesor de comunicación que trabajó para Bardella durante cuatro años (nota importante: acabaron mal), asegura que el joven “era un cascarón vacío. En términos de contenido, no había mucho. Simplemente, absorbió los elementos del lenguaje que le dio Marine. Mi trabajo consistía en conseguir que la gente que podía odiarle dijera: ¡Para ser un fascista es agradable!”. Los detractores del político apuntan a su carencia de ideología. Lo suyo es pura estrategia, moverse en la dirección que sopla el viento. Y absorber el discurso.

En la inquietante y compleja obra de teatro ‘El Golem’ de Juan Mayorga, la protagonista sufre una metamorfosis interior al ser desposeída de su lenguaje y verse obligada a recitar palabras ajenas. Queda al público decidir si el discurso inoculado trabaja para la verdad o es simple palabrería manipuladora. Una palabrería que provoca la paulatina degradación del individuo que la repite. Una palabrería con el poder de acabar destruyendo aquello que decía proteger.