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Alfonso González Jerez
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Vito Quiles, el mártir falsario

Es un chico joven que todavía no ha cumplido 24 años y tiene pinta de James Dean latino. Se presenta como una víctima, como un periodista perseguido por el sanchismo y sus adláteres

El periodista Vito Quiles.

El periodista Vito Quiles. / CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

Disculpen la nota poética: las moscas se congregan alrededor de los excrementos, a los que un poeta francés llamó “esos monumentos al pasado”. Y la democracia liberal y representativa o tiene el estómago destrozado o se ha reducido a un resto biológico de lo que un día fue. La consecuencia más o menos inmediata es la aparición de dípteros hambrientos y convencidos del gran futuro apestoso que los espera por delante. En las recientes elecciones europeas las moscas estuvieron enhorabuena. Y no solamente en España. Se supone –habermasianamente – que la madurez de la democracia estaría acompañada por la madurez de la opinión pública. Pero eso se ha revelado como una tontería. La democracia liberal se pudre y los electores siguen comprando cualquier basura en el cada vez más amplio mercado de las estupideces consoladoras y el resentimiento narcisista.

Está la ultraderecha –que cuenta con una organización política, con líderes y portavoces, con programa y estrategia, al margen del juicio horrorizado que merezcan– y están los alvises. Los alvises no son ultraderecha ni marxismo-leninismo- pensamiento Mao Tse Tung, sino oportunistas que vienen a trincar. Ni estructuras organizativas, ni doctrina política, ni programa ni nada: un canal en Telegram y una cuenta en X y para de contar. Alvise es simplemente un farsante que tiene las dotes oratorias de un adolescente de Colegio Mayor intoxicado por Anís del Mono y es capaz de afirmar que los delincuentes encarcelados “tienen hasta piscinas en las prisiones y reciben una paga cuando salen y casi todos son inmigrantes”. Hay que ser muy tonto para votar por Alvise Pérez. O estar muy desesperado en el callejón sin salida de esta representación democrática volcada principalmente en simular ser una democracia representativa.

A Alvise le basta consigo mismo para conseguir 800.000 votos –alimentando la rabia, la imbecilidad, el miedo y la desinformación de cientos de miles de votantes- pero cualquiera sabe que el éxito necesita de cierta ceremonia. No tiene organización política, pero sí un jefe de prensa que responde al nombre de Vito, lo que no está mal. Vito Quiles. Quizás lo hayan visto ustedes alguna vez por la tele. Es un chico joven que todavía no ha cumplido 24 años y tiene pinta de James Dean latino. Eso y su voz levemente aniñada –como la tiene también su jefe– le proporciona unos segundos o minutos de simpatía con el interlocutor, hasta que descubre lo que es: un broncas. Lo es desde hace dos o tres años. Empezó como supuesto “corresponsal parlamentario” del chiringuito basuriento de Javier Negre, cuyo nombre más vale no mencionar por motivos higiénico-sanitarios. En realidad a lo que se dedicaba el efebo es a insultar a líderes políticos y cargos públicos, casi siempre del PSOE y de Podemos, aunque también soltaba a veces algún vómito rápido sobre la derechita cobarde, es decir, el Partido Popular. Así se hizo un nombre y hasta consiguió una acreditación para las ruedas de prensa en el Congreso de los Diputados y seguir excretando ahí malignas necedades y expandiendo bulos tan estúpidos como pegajosos.

Alvise también empezó su fulgurante carrera gastrointestinal como responsable de comunicación o propaganda, a distintos niveles jerárquicos, en Ciudadanos, el PP y Vox, partido que conoce bien, como conoce perfectamente a Santiago Abascal. Por lo tanto sabe lo que cabe exigirle a su jefe de prensa: una lealtad incuestionable las 24 horas al día. Por el momento Quiles merece su confianza y por eso figuró en la candidatura de la agrupación de electores SALF al Parlamento europeo. Como Alvise ha hecho en innumerables ocasiones, Quiles también se presenta como una víctima, como un periodista perseguido por el sanchismo y sus adláteres, como un mártir de la libertad de expresión donde solo un periodista critica al poder: él. Que un jefe de prensa de una fuerza política se dedique a la información política, que la mayoría de las preguntas que espeta no sean más que patrañas e infundios resulta, por supuesto, irrelevante. Lo suyo es un ejercicio cotidiano de las fake news que el muchachito practica con una sonrisa de satisfacción egomaníaca en el rostro de quien entierra la verdad un poco cada mañana.