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Gemma Martínez

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Directora adjunta de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

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La Fórmula 1, un buen partido para Barcelona

La 'fan zone' de la Fórmula 1, en la Plaça Catalunya de Barcelona.

La 'fan zone' de la Fórmula 1, en la Plaça Catalunya de Barcelona. / Europa Press

Barcelona rugirá este miércoles con una exhibición de Fórmula 1 que convertirá las principales calles del centro de la ciudad en un circuito urbano. El evento ha enojado a los haters habituales, que ya protestaron contra el desfile de Louis Vuitton en el Parc Güell. Ahora, más de un centenar de entidades marcharán en contra de la exhibición, aunque solo media docena son relevantes. En el resto abundan plataformas anónimas y casi unipersonales que, con un atrevimiento sin precedentes, dicen representar el sentir de muchos barceloneses contrarios a la ocupación del espacio público en beneficio de los turistas y no de los vecinos.

Bastaría un poco de sentido común para que estas entidades reconociesen que la exhibición tiene carácter extraordinario y solo está prevista una vez. La muestra se celebra en el marco de un Gran Premio de España que quiere ir más allá de Montmeló y hacerse muy presente en la ciudad. Organizar este espectáculo no ha de ser óbice para que la capital catalana mantenga sus planes vigentes para pacificar el tráfico, rebajar las emisiones de dióxido de carbono y reducir la contaminación acústica. 

Pero es que, además, el evento entronca con una tradición, la del motor, muy arraigada en Barcelona. Cabe recordar que la primera carrera de motos, coches y bicis de la Península Ibérica se celebró el 10 de diciembre de 1899 en Barcelona, donde en 1916 también nació el primer club para promover este deporte (el Reial Moto Club de Catalunya) y donde en 1951 se organizó el primer Gran Premio de España de F1, en el circuito urbano de Pedralbes, antes de su traslado a Montjuïc.

La excelencia que Barcelona demostró en la organización de los Juegos Olímpicos debe inspirar hoy a eventos como la Copa América y la F1 que, pese a ser muy distintos a los de 1992, mantienen a la capital catalana en el mapa de los grandes acontecimientos deportivos. Los barceloneses han de enorgullecerse de ello, sin perjuicio de que sea necesaria una reflexión sobre la sostenibilidad del turismo, apostando por la calidad y no por la cantidad, y sobre la mejor redistribución de la riqueza que genera.

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