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Pinitos literarios

Esta vez don Pedro no escribe para informarnos de que se toma unos días para meditar, sino que lo hace para defender nuevamente a su mujer, que ha sido llamada a declarar como imputada en un juicio por corrupción

Begoña Gómez y Pedro Sánchez.

Begoña Gómez y Pedro Sánchez. / EFE

En la política española se ha puesto de moda escribir, aunque el asunto viene de lejos y de casta, pues el refranero recoge la expresión “escribe más que el Tostado” en recuerdo de Alonso Pérez de Madrigal, catedrático en Salamanca y consejero de Juan II de Castilla que no debía darle descanso a la pluma.

Todos los seres vivos nos comunicamos unos con otros aunque los orangutanes lo hagan con más sofisticación que las ovejas y que los árboles, que según investigaciones recientes también logran prevenirse cuando perciben que un peligro les acecha. Pero en esto de comunicar nada se aproxima a la variedad de formas que utilizamos los humanos: empezamos a hacerlo con gestos y gruñidos y desde entonces no hemos dejado de innovar, pues somos capaces de hacerlo con silbidos como en la Gomera o con muecas como en el mus, por no hablar de otras formas hoy olvidadas como el lenguaje de las campanas que advertían a nuestros abuelos de un incendio o una muerte; el de las hogueras que en la costa mediterránea avisaban de la arribada de velas sospechosas; el de las tarjetas de visita, hoy casi desaparecidas, que según se doblaran por una u otra esquina indicaban respeto o duelo; o el de las cornetas que aún se mantiene en las Fuerzas Armadas. Los enamorados han sido siempre particularmente imaginativos para comunicarse y concertar citas clandestinas según el número, tipo y color de las flores en un código que solo la destinataria lograba descifrar, y también estaba el lenguaje de los lunares que estratégicamente dibujados en diversos lugares de la cara transmitían mensajes de disponibilidad o rechazo. E igual había un lenguaje de abanicos, que las damas manejaban con soltura ocultando o descubriendo el rostro, o parte de él, o aireándose con mayor o menor brío para dar a conocer sus deseos e intenciones. Y es que las posibilidades de comunicarnos son infinitas y hoy los móviles y las redes sociales las multiplican ad infinitum.

Entre esos medios de comunicación la tradición epistolar tiene un papel (nunca mejor dicho) estelar, pues ya Séneca escribió unas Cartas a Lucilio y son abundantísimas las cartas intercambiadas entre Trajano y Plinio, gobernador de Bitinia, hasta el punto de que su secretario advirtiera a Marco Aurelio que su principal tarea como emperador era mantener correspondencia con todos los rincones del Imperio. Otro que escribió muchas epístolas fue san Pablo y desde entonces son muchos los autores que se han inscrito en esta tradición a la que también ahora se suma don Pedro Sánchez con su 'Segunda Carta' a sus conciudadanos, siguiendo una estela que jalonan nombres tan distinguidos como Montesquieu ('Cartas Persas'), Cadalso ('Cartas Marruecas'), Kafka ('Cartas a Milena'), Rilke ('Cartas a un Joven Poeta', las de Vincent Van Gogh a su hermano Theo, o Fernando Savater a su hijo Amador. Los ejemplos que acompañan este empeño epistolar del presidente son muy numerosos y permiten decir cosas tan simples y directas como te quiero o hacerlo de manera tan bella como cuando don Francisco de Quevedo escribió aquello de: “su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán cenizas, más tendrán sentido; polvo serán, más polvo enamorado”. Eso sí que era amor, no hay quién dé más.

Esta vez don Pedro no escribe para informarnos de que se toma unos días para meditar, sino que lo hace para defender nuevamente a su mujer, que ha sido llamada a declarar como imputada en un juicio por corrupción que empezó como una canica que poco a poco parece aumentar a una pelota de ping-pong, luego de golf y luego de tenis, hasta semejar una bolita de nieve en mitad de estos calores que contradicen a la sabiduría popular cuando afirmaba que hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Y sudando estamos. Afortunadamente, la presunción de inocencia ha ganado mucho terreno desde los tiempos de Ana Bolena, María Antonieta o Mariana Pineda y hoy es una piedra angular de la democracia como también lo es la división de poderes, y por eso no está bien poner a caldo a los jueces o a los periodistas que incomodan, como también hace Donald Trump en las Américas aunque ese, como no sabe escribir, increpa a voces. Al fin y al cabo, también Manos Limpias metió entre rejas a Urdangarin y lo intentó sin éxito con la Infanta Cristina sin que la Zarzuela cogiera la pluma para protestar.

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