Opinión | Error del sistema

Emma Riverola

Emma Riverola

Escritora

Viaje a un portal de pisos de alquiler

Por él tratan de transitar jóvenes en busca de la imprescindible independencia, parejas que quieren dejar de serlo o que, por el contrario, anhelan tener hijos y no hay sitio para ellos

Un cartel de alquiler de un piso.

Un cartel de alquiler de un piso. / Eduardo Parra

Este es un viaje de terror, quedan advertidos. Situémonos, por ejemplo, en Barcelona. Introducimos el nombre de la ciudad en el buscador de la plataforma inmobiliaria que lidera el sector. Nos informa de que hay 4.137 casas y pisos de alquiler disponibles en ese momento. Vamos a lo práctico, solicitamos que los ordenen de menor a mayor precio. Justo en ese instante, empieza la tragedia. El piso más barato: 690 euros en el Casc Àntic. Un interior de 38 m2. Una pequeña cocina, un baño, un pasillo y lo que eufemísticamente llaman terraza interior. Es decir, el patio interior de la finca. Nos escatiman la fotografía de esa “sala-dormitorio mismo ambiente”. ¡Cómo será!

El salario mensual medio en la Barcelona metropolitana se sitúa en 1.516 euros (obviemos las múltiples brechas de la desigualdad). Los expertos recomiendan no destinar más de un 30% de los ingresos a la vivienda. Por tanto, nuestro objeto de deseo no debería ser superior a 456 euros. Pero en este viaje en busca del piso perdido ya sabemos que lo ideal es una falacia. Subamos el porcentaje al 50%. Es decir, 758 euros. Once pisos en toda Barcelona. ¡Incrementemos un poco más! 800 euros. En total, 23 pisos. Con algunas joyas, como una diminuta buhardilla con moho en el baño “ideal para estudiantes de Esade por proximidad”: el anuncio no precisa si se incluye un casco para no romperse la crisma al caminar por ella. También nos encontramos con un “precioso” estudio: un bajo de 17 m2 sin cédula de habitabilidad. Cinco de esos pisos son de alquiler temporal. 

Está bien, salgamos de la ciudad. En todo el Baix Llobregat, cuatro pisos de menos de 700 €. También cuatro en todo el Vallès. Dos en Badalona. En el Maresme, 24, ninguno en Mataró… ¿Seguimos? Este es un viaje de pena, estamos de acuerdo. Por él tratan de transitar jóvenes en busca de la imprescindible independencia, parejas que quieren dejar de serlo o que, por el contrario, anhelan tener hijos y no hay sitio para ellos… Son muchos los viajeros en busca de esa ¡casa! de los juegos infantiles, del hogar dulce hogar. Algunos se acaban colocando en covachas insalubres, otros en habitaciones de precio exorbitante, sin espacio ni intimidad, otros más acaban convirtiendo la vivienda en el agujero negro de la mayor parte de sus ingresos y de su bienestar. 

La vivienda digna, además de un derecho constitucional, es salud, educación, atención social... Es calidad de vida. Un lugar donde los niños y jóvenes pueden estudiar en condiciones, el espacio necesario para relajarse y recuperar fuerzas, el refugio donde sentirse seguro, la morada que reúne al enfermo y al cuidador. Las leyes que tratan de regular el mercado inmobiliario son sorteadas con descaro y alevosía. No parece haber más camino que el de un pacto de estado para la construcción de vivienda pública. Un pacto que aúne mayorías, con compromiso a largo plazo, más pragmático que purista y capaz de superar el campo de batalla dialéctico. Solo se requiere responsabilidad, voluntad y determinación políticas. ¿Tan difícil es?

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