Opinión | Mujeres contra la mafia

Carol Álvarez

Carol Álvarez

Subdirectora de El Periódico

Las buenas madres

Una serie en televisión sobre la historia real de las mujeres que lucharon contra sus clanes hace aflorar una cultura del maltrato que no debe dejarnos indiferentes

Las protagonistas de la serie 'Las buenas madres' de Disney Plus

Las protagonistas de la serie 'Las buenas madres' de Disney Plus / Disney Plus

Hay un modelo de mujer, muchas veces madre, otras simplemente una adolescente, que se me aparece con intensidad estos últimos días. Su vida transcurre marcada por su condición femenina en el seno de familias y culturas tremendamente machistas, donde las relaciones siempre han sido así y no se ve la necesidad de cambiar, porque esos vínculos son ya estructura. Pasa en algunas sociedades y a veces esa norma misógina emana de una religión mal entendida, otras veces de una tradición mal heredada. Ese desprecio hacia las mujeres lo vemos en Irán o Afganistán pero también en sesgos ideológicos de todo el planeta, en enclaves geográficos insospechados, y toma mil y una formas. Me fijo estos días en  una serie de televisión, ‘Las buenas madres’ en Disney Plus, que recrea hechos reales que tienen a mujeres de la mafia calabresa como protagonistas. 

Hijas y esposas de mafiosos, siervas de la red de extorsión y violencia de sus clanes dirigidos por hombres, la historia cuenta su camino hacia la libertad. Lea Garofalo fue testigo protegida contra su marido sin éxito judicial, y pagó por ello con una vida fugitiva junto a su hija y su desaparición, Giuseppina Pesce, hija del clan Pesce, fue duramente castigada por una relación extramatrimonial y solo el miedo por el futuro de sus hijos la animó a colaborar con la Justicia, mientras Maria Concetta Cacciola, casada con otro mafioso preso, vive una vida de violencia física y encierros por ser hermosa y buscar el amor. Una fiscal, Anna Colace, también atrapada en una vida protegida por su condición de azote de la mafia, recurrió a este puñado de mujeres resentidas para armar una causa judicial contra el temido clan de la Ndrangheta y a la vez darles la libertad que ansiaban para ellas y sobre todo para sus hijos e hijas.

El dolor y desasosiego que transmiten todas y cada una de sus vidas, las que forman la banda, las que la persiguen, las que quieren dejarla, es el mismo. Todas ellas son víctimas de una máquina de maltratar a  mujeres, de la forma más antigua de misoginia, la que condena a la esclavitud con ataduras morales y chantajes emocionales. Fueron las protagonistas de estos hechos verídicos un puñado de mujeres vejadas por sus padres y maridos, traicionadas por otras mujeres de la familia que no querían romper el statu quo que las atenazaba. Mujeres contra mujeres en la guerra silenciosa más tremenda: ¿cómo entender la traición no solo a la familia, sino también a sus legítimas disidencias, al instinto de supervivencia?  

La cadena de dolor y angustia solo empezó a romperse cuando todas ellas lograron ser extirpadas de su entorno tóxico.  El laberinto de lealtades cruzadas es claustrofóbico cuando ser leal a tus sentimientos o a tus hijos choca con el compromiso con tu familia, cuando no hay un trato justo nunca y solo el mantra de que «siempre ha sido así» quiere perdurar, ahora con el control asfixiante del teléfono móvil o las prohibiciones de acceso a redes sociales. Esclavitudes modernas y antiguas conviven en tiempo real.

La romantización de las mafias y clanes delictivos que se plasmó en la narrativa de 'El padrino' y hemos seguido viendo en un puñado de grandes producciones, desde 'Los Soprano' hasta 'Narcos', 'Pablo Escobar' o 'Peaky Blinders' tiene en esta serie basada en un libro del periodista Alex Perry que ganó el primer premio de la Berlinale una nueva dimensión: la que da el ejemplo de la lucha de mujeres reales en situaciones que siguen muy presentes. 

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