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Jorge Dezcallar

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Embajador de España.

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¿Qué dirían ustedes?

Aquello parecía un éxodo bíblico, gentes que todo lo habían perdido menos -de momento- la vida, sin saber adónde y ir deambulando de un lugar a otro en busca de un refugio inexistente

Bombardeo israelí en Rafá, en el extremo sur de la Franja de Gaza.

Bombardeo israelí en Rafá, en el extremo sur de la Franja de Gaza. / EP

¿Qué diría el mundo si pasara lo que les voy a contar? Pongan de su parte un poco de imaginación y síganme.

Aquella mañana Israel envió un par de F-35 a bombardear unas instalaciones iranís junto al aeropuerto de Damasco, algo que se veía obligado a hacer con frecuencia para evitar que creciera la influencia de Teherán en territorio vecino. Uno de los pilotos enloqueció y disparó intencionadamente su misil contra el edificio de la terminal del aeropuerto internacional de la capital siria. Hubo trescientos muertos y dos mil heridos.

La noticia causó consternación y furor en los paises árabes pues había víctimas de todas las nacionalidades. E hicieron lo que ya habían intentado hacer tanto en 1967 como en 1973: atacaron todos juntos a Israel.

Los jordanos y sirios, con apoyo de Irán, bombardearon las bases israelís destruyendo sus aviones al amparo de la sorpresa y de centenares de misiles lanzados simultáneamente y a baja cota para superar las defensas de la Cúpula de Hierro. Ya sin temor a la Fuerza Aérea israelí, los egipcios y libaneses bloquearon los puertos para impedir la llegada de todo tipo de ayuda que pudiera enviar el mundo al país atacado. Israel quedó aislado.

El paso siguiente fue lanzar una ofensiva terrestre desde la frontera libanesa mientras los sirios descendían desde las alturas del Golán y los jordanos atacaban desde el Este. A medida que los ejército avanzaban hacia el Sur iban destruyendo cuanto encontraban a su paso, incluyendo viviendas civiles y hospitales, con una furia que conjugaba el deseo de venganza con el de amedrentar al enemigo israelí haciéndole pagar un precio tan desmesuradamente alto por su ataque que le quitara las ganas de volverlo a hacer en el futuro.

Mientras esta marea militar descendía implacable desde el Norte y el Este, la población huía amedrentada hacia el Sur en busca de refugio. Habían perdido sus casas y en filas interminables transportaban a hombros o en todo tipo de vehículos las pocas pertenencias que habían podido salvar. A medida que avanzaba, la

columna engordaba con nuevos refugiados que esperaban encontrar seguridad en una zona alejada del fragor de los combates. Pero estos no cesaban como consecuencia de la resistencia desesperada de los restos del ejército regular de Israel, que mantenía un decreciente capacidad de lucha aunque se viera superado por las tropas de los cuatro países coligados.

Los muertos israelís alcanzaban ya la pavorosa cifra de 150.000 (1,6% de la población) y los heridos llegaban a 475.000 (5%), con una cifra obscenamente alta de mujeres y niños. Cuando los que huían pensaban que podrían encontrar cobijo en los campus de las universidades, en los espacios dedicados al deporte de las escuelas, o en los recintos hospitalarios se encontraron con que esos edificios eran también bombardeados, porque en ellos se escondían miembros de las Fuerzas Armadas de Israel acusados de utilizar como escudos humanos a la población allí refugiada. La mortandad de civiles era muy elevada.

Acosados desde todos lados, los nueve millones de israelís todavía vivos pero aterrorizados pensaron que podrían encontrar refugio en el extremo sur del país, todavía respetado por las bombas, cuando recibieron órdenes del ejército egipcio de trasladarse a campamentos (inexistentes) de tiendas de campaña bajo amenaza de morir en la nueva incursión militar que preparaban en el Sur en contra de la opinión y de los ruegos del mundo entero. De nada les valió intentar canjear los rehenes que en contra de las leyes de la guerra habían capturado porque la ofensiva imposibilitó la continuación de las negociaciones y porque los paises coaligados priorizaban la destrucción total del enemigo sobre su liberación.

Aquello parecía un éxodo bíblico, gentes que todo lo habían perdido menos -de momento- la vida, sin saber adónde y ir deambulando de un lugar a otro en busca de un refugio inexistente. Y también famélicos, porque los cuatro países decidieron impedir el paso de los convoyes humanitarios. Allí no había comida, agua potable o electricidad, mientras también se impedía la entrada periodistas extranjeros y se censuraban programas televisivos para que nadie viera tanta mortandad.

¿No les parece que el mundo no consentiría nunca que esta barbaridad sucediera? Estoy seguro de que no lo permitiría y entonces la pregunta es ¿por qué lo permitimos en Gaza?

Nota: se calcula que en Gaza ha muerto el 1,6% de la población y un 5% sufre heridas.

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