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ASUNTOS PROPIOS
Núria Navarro

Núria Navarro

Periodista

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Sergi Pàmies, escritor: "Ahora camino como un perro: adelante, atrás, deteniéndome"

El escritor publica la traducción al castellano de su libro de cuentos 'A les dues seran les tres'

El sabor de los Pàmies

'A les dues seran les tres', de Sergi Pàmies: en prosa y sin puntos suspensivos

Sergi Pàmies

Sergi Pàmies / ELISENDA PONS

Nacer en una familia azotada por los vientos de la historia -es hijo de Teresa Pàmies y Gregorio López Raimundo, exiliados republicanos- podía convertirle en alguien circunspecto. Áspero incluso. Pero Sergi Pàmies (París, 1960) es el que mejor cuenta las anécdotas en las cenas, el que le encuentra la vuelta a todo. Cultiva el gusto por lo absurdo en sus cuentos y novelas -'A las dos serán las tres' (Anagrama) es el último título-, la radio y los comentarios que cierran el 'talk show' 'Col.lapse' de TV3. (Parece que la cosa va a más).

¿Nunca pensó en dedicarse solo al palique?

Yo soy muy poco luchador, de manera que, tanto el escribir como el hablar tienen mucho que ver con que, cuando comencé a hacerlo, me salió bien. A los 19 años me independicé y a los 24 hice mi primer libro de cuentos y se vendió. Publiqué los tres primeros trabajando de administrativo en una gestoría y en una casa de muebles, y me lo pasaba muy bien. No era el típico amargado. Siempre he hecho dos cosas a la vez.

La inclinación a la fantasía empezó antes.

En un contexto como el de la clandestinidad, al niño había que protegerlo. No se le decía la verdad. Preguntabas “¿por qué no vamos de vacaciones?” y lo que te respondían era un cuento chino. El clima era propenso a la fantasía. Eso, sumado a que fue una infancia feliz pero también muy limitada. Nos pasábamos el día en la calle. Yo no era especialmente fuerte, ni habilidoso, y vi muy pronto que el rollo era camelarse a la gente a través de la palabra y la simpatía. Era el que le echaba ganas.

"Así como la prioridad de mi padre era hacer la revolución, la de mi madre éramos los hijos"

Podía haber salido mal. Su madre era una llamarada. Escritora, activista, articulista.

Así como la prioridad de mi padre era hacer la revolución, la de mi madre éramos los hijos.

¿La política no le interesó?

A ninguno de los cuatro hermanos. Creo que fue el gran éxito de mi madre. Yo pasaba más horas jugando a fútbol que en reuniones del partido con los hijos de [Santiago] Carrillo. El 'adoctrinamiento ambiental' fue el humanismo y la cultura. Podías elegir. Me quedó cierta pulsión ante las injusticias y el intento de no entusiasmarme con las ideologías, porque vi en casa lo que pueden llegar a hacer. También aprendí pronto el método de la discusión, de manera que puedo hablar horas y horas de un tema a favor o en contra. De ahí viene la mayor parte de lo que acabé haciendo.

"Me resulta ofensivo, incluso grotesco, comparar el caso de Puigdemont con el de la gente que pasó la frontera caminando el 39"

¿Cómo le suena el uso contemporáneo de la palabra 'exilio'?

El exilio es una condición que decide el que lo vive. Dicho esto, me resulta ofensivo, incluso grotesco, comparar el caso de Puigdemont con el de la gente que pasó la frontera caminando el 26 de enero del 39 y tuvieron que vivir 30 años fuera y pasar por sitios como Saint-Cyprien o Argelès. Yo soy hijo del exilio, una tribu muy especial, y cuando acaba el exilio de los padres, comienza el tuyo. Los cuatro hermanos solemos decir que nuestro país es el exilio. Es un 'lugar'. Yo llevo 52 años aquí, pero hay cosas que aún no acabo de entender. 

Pensé que su patria era el Barça.

Antes fui futbolero. Desde los 2 años fui al cine, porque no teníamos tele y mi madre nos llevaba dos veces por semana, y a los 4 empecé a darle a la pelota. Cuando me sacaron de Francia tuve una media depre y el fútbol fue mi tabla de salvación. Para mí no hay mucha distancia entre escritura y fútbol: son formas de conocimiento de la especie humana.

"No hay mucha distancia entre la escritura y el fútbol: son formas de conocimiento de la especie humana"

¿La de Xavi Hernández es una historia trágica?

Muchas de las cosas que dice Xavi son verdad, pero lo son para él. El momento en que se estropea todo es cuando la interferencia emocional le puede. Lo veo demasiado buen tío. Le falta mala leche.

A usted le sobra autoparodia.

Lo hago para ahorrarme el psicólogo desde el primer día. Para ‘El arte de llevar gabardina’ visité muchos museos y nunca vi un autorretrato complaciente. La mirada que un creador debe de tener de sí mismo no puede ser complaciente, aunque en el fondo estés coqueteando.

¿Ha ligado mucho gracias a la escritura?

¿Yo? ¡En absoluto! De adolescente escribía poemas que daba personalmente a las destinatarias. Era acoso postal. Pero cuando ya escribes para ti es un ejercicio de intimidad.

Empezó con una caja de herramientas muy sobria.

Haciendo terapia barata diría que tiene que ver con que me he dispersado. Yo caminaba en línea recta y ahora camino como un perro. Adelante, atrás, deteniéndose. He introducido las digresiones porque me dan alegría. Ya sin ninguna interferencia emocional fuerte –la enfermedad y muerte de mis padres, el triunfo y desencanto del amor, la bomba atómica de tener gemelos–, me dije: "Bueno, nos podemos volver a divertir un poco".

¿En qué momento vital está, literatura aparte?

No me puedo olvidar de la literatura. Es que si no, ¿qué hacemos? Tengo la sensación de que las cosas trascendentales ya las he hecho. La vida de mis hijos ya no es mía. La amorosa, ¡tengo 64 años! ¿Qué es lo más importante? El oficio. Todo lo que vivo, incluso coger el autobús, me sirve para escribir.

¿En eso piensa cuando se levanta?

Intento celebrar que duele lo que tiene que doler y no otra cosa, y voy a lo concreto. Soy muy rutinario yo. Si me observaran desde fuera, pensarían que soy un robot. Siempre hago lo mismo, de la misma manera. Mi gran aventura está en el cerebro.

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