Una palabra y mil imágenes
Nos dicen que debemos volver a valorar las palabras, darles su peso, ser más precisos, porque definen nuestro presente y futuro
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Diccionario de la RAE. / ARCHIVO
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Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
“Al principio fue el verbo”, dice el Génesis, pero si hoy tuviera que escribirlo una inteligencia artificial, quizá diría: “Al principio fue la imagen”. Vivimos bombardeados por imágenes, una tendencia que las redes sociales han acentuado y banalizado. En lugar de reaccionar hablando, explicando cómo nos sentimos, qué pensamos, nos basta con el emoticono de un pulgar alzado, una cara que llora, una flor. Enviamos un audio por Whatsapp y pedimos disculpas por dos minutos de monólogo, cuando antes teníamos largas conversaciones por teléfono (y mientras tanto garabateábamos imágenes absurdas en una hoja). Hoy en día, frente al vendaval visual, se ha dado la vuelta a la tortilla y una palabra ya vale más que mil imágenes. O diez mil.
Quizá por esa razón —por mala conciencia, o por resistencia, o por sentido común—, cuando acaba diciembre y hacemos balance, buscamos la Palabra del Año. El Observatorio de Neología de la Pompeu Fabra ha propuesto 10 neologismos para elegir los mejores, entre ellos 'ecoansietat', 'bot', 'nit tropical', 'grassofòbia' o 'superilla'. La Real Academia española ha anunciado que aceptaba términos como 'big data', 'no binario' o 'huella de carbono'. En Estados Unidos, desde el diccionario Merriam-Webster han elegido 'authentic' como palabra del año, para distinguir lo real y no falso.
Detrás de estos juegos de diccionario, ingeniosos y al mismo tiempo trascendentes, hay un grito de alerta. Nos dicen que debemos volver a valorar las palabras, darles su peso, ser más precisos, porque definen nuestro presente y futuro. Lo vimos hace poco, cuando Junts y PSOE fijaban el texto del acuerdo de investidura, y lo hemos visto esta semana en la cumbre por el clima COP28. Largas discusiones para decidir qué hacer con los combustibles fósiles, si eliminarlos del todo o alejarse de ellos poco a poco. Del matiz de un verbo —y de sus traducciones, ¡ay!— depende el futuro del planeta. Se añade, además, la desconfianza ante quienes deben dar sentido a esas palabras: que no sean papel mojado —una imagen, por cierto, que visualmente tiene poca fuerza—.
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