Análisis
La cueva y la serpiente
El eco mediático del rescate de los niños de Tailandia reúne una prodigiosa combinación de ingredientes de atracción informativa
Ferran Lalueza Bosch
Profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación (UOC)
Ferran Lalueza Bosch
El recorrido que tiene un suceso como noticia no solo depende de factores intrínsecos, sino que viene condicionado por la eventual existencia de otros hechos con más méritos para captar la atención de los medios y sus públicos. Décadas atrás, se acuñó la expresión 'serpiente de verano' para aludir a noticias de interés dudoso que, a falta de contenidos de mayor enjundia, hallaban acomodo en la prensa durante la época estival. Hoy, en un entorno de ingente saturación informativa, vamos sobrados de noticias, pero son pocas las historias capaces de capturar el interés de audiencias globales y masivas durante semanas.
Como las mejores narraciones de ficción
Estos últimos 17 días, los medios de comunicación de todo el mundo han dedicado un montón de minutos y de páginas a la peripecia de los niños tailandeses atrapados junto con su entrenador en una cueva. Más que una serpiente de verano, lo que hallamos en esa cueva del norte de Tailandia es una prodigiosa combinación de ingredientes capaces de atraer y retener nuestra atención tal como ocurre con las mejores narraciones de ficción.
El primero de estos ingredientes es la edad de los protagonistas. En un mundo cada vez más insensibilizado por el consumo de una dieta informativa rica en tragedias de usar y tirar, la infancia y cuanto le atañe es uno de los pocos reductos que mantienen la capacidad de conmovernos.
La noción de reto es otro de los ingredientes esenciales de esta historia. La dificultad extrema que presentaba la evacuación de los niños desde una gruta ya casi inaccesible convertía la operación en un desafío logístico, técnico y humano rayano a la proeza. La peligrosidad y la complejidad de la gesta se vieron, además, dramáticamente subrayadas por la muerte de uno de los buceadores expertos que participaron en las labores de rescate.
También ha ayudado a alimentar la maquinaria mediática la profusión de imágenes, desde fotografías de los niños atrapados hasta vídeos grabados en el interior de la cueva, pasando por las declaraciones a cámara de miembros del equipo de rescate, las infografías laberínticas de las grutas y las conexiones en directo desde el hospital en el que los niños salvados iban siendo ingresados. En una cultura tan eminentemente audiovisual como la nuestra, es difícil que un suceso carente de imágenes ilustrativas haga fortuna como noticia.
El ritmo ágil de los acontecimientos (casi sin tiempos muertos) y la serialidad, evidenciada muy particularmente en la evacuación de los niños en grupos de cuatro, han sido otro ingrediente clave a la hora de mantener la tensión y la atención. Y el siempre emocionante factor contra reloj, atizado por la amenaza de inminentes lluvias torrenciales que podrían haber aniquilado cualquier opción de rescate. Las redes sociales, por último, también han tenido un papel destacado en la cobertura del suceso a escala planetaria, retroalimentándose con los medios de comunicación convencionales en un bucle prácticamente infinito.
Con una narrativa tan potente, ¿para cuándo la película sobre el suceso?
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